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IMPRESIONES

Las ilusiones ¿perdidas?

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión30-05-2013

“Está la noche serena, / de luceros coronada, / terso el azul de los cielos / como transparente gasa”. Son versos de un poeta español de esos que de niño no te importaba estudiar. Quizá era el favorito de todos nosotros. Sí, el que escribió aquello de “Con diez cañones por banda…” y la oscura historia de El estudiante de Salamanca que comienza mejor que cualquier thriller: “Era más de media noche, / antiguas historias cuentan, / cuando, en sueño y en silencio / lóbrego envuelta la tierra, / los vivos muertos parecen, / los muertos la tumba dejan”. “Está la noche serena, / de luceros coronada, / terso el azul de los cielos / como transparente gasa”. Así empieza, decía, un poema de Espronceda que contiene unos versos que –como los anteriores- se me quedaron desde niño clavados en el corazón. Son estos: “Hojas del árbol caídas / juguetes del viento son: / las ilusiones perdidas, / ¡ay!, son hojas desprendidas / del árbol del corazón”. Esas hojas caídas hablan de un corazón cuyo amor ha muerto, un corazón que, al dejar de amar, se convierte en “páramo cubierto / con la lava del dolor”. Espronceda nos enseñó a los niños españoles que la ilusión no es ninguna tontería. Que de ilusión también se vive. Es más: que una vida sin ilusión es una vida muerta. “Ilusión” es una palabra presente en muchos idiomas, pero sólo en castellano tiene un sentido edificante. En francés, inglés, alemán, italiano… la ilusión es ficción, falsedad, magia negra, confusión… En castellano puede ser eso… pero también puede ser la fuerza que nos impulsa a vivir, el alimento del espíritu y una esperanza que, aun lejana, podemos imaginar cumplida. Eso a lo que los españoles llamamos ilusión en el sentido luminoso y esperanzado de la expresión nos lo enseñó Espronceda. Es el primer autor que recoge la expresión en ese sentido tan noble que vincula la ilusión a la vida del corazón y la muerte de la ilusión a la muerte del corazón. Así lo investigó y lo expuso Julián Marías en su delicioso Breve tratado de la ilusión. Allí vincula también este autor ilusión y vocación, y se maravilla y sorprende al comprobar que sólo los españoles, gracias a nuestra palabra “ilusión”, acertamos a definir el sentimiento que nos descubre el ingrediente esencial de toda vocación concreta: “Esto me ilusiona enormemente” podría ser equivalente a un “He nacido para intentar esto”. Vemos culturalmente. Mis sueños de una noche de verano son de Shakesperare, y el cielo que las cubre en el silencio es de Espronceda: “Está la noche serena, / de luceros coronada, / terso el azul de los cielos / como transparente gasa”. Mi libertad es la del capitán pirata. Mi corazón no se puede permitir el lujo de perder sus hojas de ilusión verde. Como vemos culturalmente, cuidémonos de los agoreros y de los asesinos de ilusiones, que ya nos han prevenido lo suficiente, y busquemos fuentes de esperanza. Estemos o no en crisis: sin ilusiones, “los vivos muertos parecen”; con esperanza, tendremos “dicha, ilusión, amores y delicias”.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach