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ANÁLISIS DE LA SEMANA

El ‘botellón’ sigue vigente

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
España24-05-2002

Los políticos no saben hablar y son responsables de muchos males presentes y futuros: responsables, sí, y culpables. Si en España cobran auge algún día movimientos radicales –como Plataforma per Catalunya, en Premià del Mar- contra la inmigración o contra alguna raza, etnia, color de piel, ... la culpa, será, en gran parte, de los políticos. Y no se engañen: aquí se equivocan, en este asunto concreto, Gobierno y oposición, derecha e izquierda –si es que esta diferenciación sigue existiendo-. El Gobierno se ha equivocado cuando su discurso ha sido generalizador: la realidad de la inmigración es compleja y EXIGE matices. Ha vinculado inmigración con delincuencia e inseguridad sin matizar que la relación no tiene por qué ser necesaria, mayoritaria ni equivalente. Aunque después haya intentado retractarse. Y la oposición se equivoca, tanto o más que el Gobierno, porque no admite la relación que hay entre delincuencia y determinados tipos de inmigración. Todo es demagogia, interés electoralista y pura envidia, esta última, de la oposición hacia el Gobierno. Que la unión hace la fuerza es un principio indiscutible, aunque tiene su equivalente inverso, el famoso “divide y vencerás”. Pero ambos refranes pueden ser uno mismo si el concepto “divide” se sustituye por otro término, mucho más apropiado siempre, que es el de “organiza, y vencerás”. Que la Unión Europea trabaje unida –valga la redundancia- para combatir todos los factores que convierten a la inmigración en un peligro para la cultura, democracia y convivencia pacífica en los Estados miembros es necesario. Y el presidente de turno de la Unión, que es José María Aznar, siempre ha demostrado que es capaz de unificar criterios para combatir problemas que afectan a todos, como demuestra la lucha contra el terrorismo en Europa. Lo peor de la política es que la verdad se falsea con intereses ajenos al bien común de todos los ciudadanos: los que tienen nacionalidad española y los que no. Esta semana se ha procedido a una reforma del Código Civil que permite a los hijos de inmigrantes establecidos en España acceder a la nacionalidad “de opción”, aunque no a la nacionalidad española “de origen”, que sólo se reserva para los nacidos de padres españoles. Como dice Giovanni Sartori, integrar culturalmente a inmigrantes no es concederles la ciudadanía porque sí, aunque, en determinadas circunstancias, puede ayudar. Ciudadanía e integración no mantienen una relación unívoca: una no lleva a otra necesariamente, sin más. Estas reflexiones también las harán los políticos: seguro. Y de sobra saben lo que hacen las autoridades marroquíes cuando condescienden con el tráfico de sus ciudadanos. Lo de Marruecos es una vergüenza que no se critica más alto porque no se puede. De sus problemas internos quiere desprenderse cargándolos sobre las espaldas de otros países sin aceptar su responsabilidad, su incapacidad para hacer progresar a un pueblo sumido en la miseria por la codicia de sus gobernantes, envueltos en fastos de las mil y una noches. Mientras no haya colaboración de Marruecos en la lucha contra la inmigración interesada será muy difícil, por mucho que se intente, que las relaciones con España se normalicen. ¡Es superable, no obstante, que un imán musulmán se niegue a hablar con el alcalde de una localidad, como Premiá del Mar, porque se llama Maria Jesús y no Manolo? Las diferencias culturales son muy grandes, y algunas son difíciles de reconciliar porque se anulan, porque son antagónicas: el teocentrismo musulmán y la unificación político-religiosa atenta contra los principios de la democracia liberal continental. Quizás sean tan difíciles de reconciliar como imposible de erradicar es el botellón en España. ¿Alguien se creyó que podría prohibirse el consumo de alcohol en las calles? Sólo queda prohibido a los menores, como hasta ahora: señoras, señores, no se dejen engañar. Igual que con el botellón, la distancia del dicho al hecho en política es imposible de medir: las promesas no se cumplen jamás.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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