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ANÁLISIS DE SOCIEDAD

Educación e imaginación

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura2 min
Sociedad18-09-2011

Arranca un nuevo curso escolar. Y en España resulta que somos tan listos que nos hemos dado cuenta de que el sistema educativo necesita mejorar. Mira que se habla de fracaso escolar, de falta de medios, de los juegos malabares que tienen que hacer muchos docentes para cumplir dignamente con su trabajo, de la falta de autoridad de los maestros, de la falta de conciliación de horarios familiares y escolares, etcétera, etcétera. Quizás el debate de este problema esté más en el fondo que en el ruido ambiente. Muchos españoles aún aprobamos por los pelos en lo que significa educación. Por un lado están quienes dicen que la escuela debe ofrecer unos determinados conocimientos a los alumnos. Pero se ha bajado tantísimo el listón que a este paso se va a dar por bueno que las circunferencias sean cuadradas, que burro se escriba con "v" (un día de estos lo aceptará la RAE, de tanto usarlo) y que dos y dos sumen "depende". Si uno se va a pie de calle, además de profesores que reclaman más medios -con razón- pero quizás un poquito con el paso cambiado ante el inminente clima electoral, la realidad es muy distinta. En plena crisis económica muchas familias siguen haciendo equilibrios para poder llevar a sus hijos a un colegio privado. ¿Por qué? En la mayoría de los casos, no persiguen que sus descendientes acumulen esos mínimos conocimientos que indican los planes de estudio, sino esa otra faceta que tanto se está devaluando en la educación: los valores. Que no se enfaden los docentes, pues no sólo en ellos debe recaer el peso de la educación de las nuevas generaciones, en ese sentido amplio del concepto. Pero también es verdad que no todo es dinero, medios, pluralidad y relativismo. Ante las carencias siempre funciona un arma poco utilizada en esta sociedad tan cómoda en medio de la que está cayendo: imaginación. Y lo dice alquien que estudió en un aula de pueblo en el que una maestra sola impartía clase a un puñado de chavales de distintos cursos. Los pupitres eran cada uno de su padre y de su madre. No había ordenadores y, muchas veces, la lección se daba al aire libre. Pero se aprendía. Se respetaba. Se quería estudiar. Tanto, que hoy, queridos lectores, sigo aplicándome.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

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