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SIN CONCESIONES

El consuelo

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura2 min
Opinión13-12-2010

Nunca me salen palabras de ánimo para los que sufren. Siempre me ha parecido que no hay consuelo verbal suficiente para paliar el dolor intenso que se padece en un momento amargo. Soy más partidario de un abrazo, una caricia o una palmada en la espalda como signo de que mi sentimiento está ahí junto al de los demás y como consuelo que intenta minimizar lo que difícilmente es minimizable. Ahora soy yo el que está inmerso en una época difícil, de lucha constante contra las adversidades y recibo multitud de muestras de apoyo y de cariño que no alivian la pena pero aportan ánimo y fortaleza en dimensiones gigantescas. Me doy cuenta de lo importantes que son esos gestos aunque parezcan vacíos de contenido o resulten repetitivos. Así que los agradezco enormemente. Ahora que siento cerca el sufrimiento, sin embargo, estoy tranquilo en espíritu. Llevo a la práctica tantas cosas que aprendí mirando el sufrimiento de los demás y viendo los caprichos incomprensibles que muchas veces tiene la vida. Hay que asumir que todos tenemos un destino que desconocemos pero que se cumple como si estuviera escrito en un libro divino. Hay que aprender que las cosas ocurren porque tienen que ocurrir así y no conviene perder el tiempo preguntándose el porqué. Hay cuestiones para las que nuestra razón humana nunca encontrará una respuesta porque la explicación pertenece a una dimensión diferente a la que pueden comprender nuestros sentidos. En el sufrimiento extremo o en la mayor de las incertidumbres, hay dos caminos: volverse loco o tener fe. Casi todo el mundo opta por la segunda, incluso aquellos que hasta entonces rechazaban la esperanza. Algunos familiares dicen que afronto muy bien los problemas. Hace poco, otros más cercanos me reprochaban que era demasiado optimista en las adversidades. Ni una cosa ni la otra. Sólo son ganas de vivir, de ver felices a los que me rodean y de llenar la balanza de momentos buenos porque los malos no merecen la pena ser almacenados ni siquiera en la memoria. Aún así, los instantes difíciles sirven para varias cosas: aprender de los errores cometidos, corregirlos, valorar más y mejor cuando todo iba bien y descubrir que los grandes éxitos siempre requieren de esfuerzos superlativos. Buscas la confianza y la tranquilidad pero sólo hay una cosa que realmente puede dártela. Con ella, todo pasa. Colma la satisfacción y el espíritu sale siempre reforzado. Es una lección que solemos recordar en Navidad pero que deberíamos aplicar todo el año.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito