ANÁLISIS DE SOCIEDAD
Una mañana en Auschwitz
Por Almudena Hernández2 min
Sociedad28-01-2010
Formaba parte de una “excursión” de un bonito viaje por Praga, Budapest y Cracovia. Era el mes de septiembre, no hace muchos septiembres, y la mañana se había despertado fría pero soleada. Ese día, la memoria atrapó prácticamente cada detalle de aquel destino, obviando y borrando otras visitas realizadas durante un itinerario supuestamente de placer. El autobús dejó al grupo junto a la entrada del Memorial de Auschwitz, en el que fue uno de los campos de concentración nazi que se erigió antaño en el ahora suelo polaco. Luego los “turistas” se montarían de nuevo en el autobús para ir al otro campo de concentración cercano. Si cabía esperar que podían contagiarse de aún más horror. El silencio reinaba en aquellas explanadas baldías. Algunos barracones, la famosa y cinematográfica vía de tren, las alambradas, la portada de “el trabajo os hará libres”, los paredones, las flores y las velas, las celdas, las fotografías y sus miradas perdidas, montones de gafas, montones de maletas, montones de zapatitos de niños, montones de recuerdos, montones de montones de historias, vidas, llantos, dolores y sufrimientos, si es que se pueden recontar. Fue una experiencia de esas que imprimen carácter. A la salida, el merchandising ofrecía recuerdos turísticos. Entre ellas, una biografía en español de una de las víctimas de aquella barbarie: Maximiliano Kolbe. En un momento indefinido se hizo el silencio entre la algarabía a la que acostumbraba en sus visitas el grupo de viajeros. En un instante se quitaron las ganas de comer y se achicó el estómago ante la picante gastronomía polaca. Aquél día la comida resultó insípida, y los sentidos pensaron que en aquel horrible crematorio humano se impregnó el aire de olor a humo, un olor que automáticamente quedó archivado en la cabeza. Ahora se cumplen 65 años de aquella liberación que luego encadenó a muchos de otra forma. Las puertas de aquellos zoos de inhumanidad se abrieron para siempre. Incluso dinamitaron los barracones donde malvivían los prisioneros para dejar el menor rastro posible. Murieron millones de personas, la mayoría por ser judíos o por pertenecer a otros grupos sociales no afines a la locura del poder imperante. Incluso los jóvenes más sanos y fuertes no duraban más de cuatro meses de media en un campo de concentración –Kolbe sí, duró más, y estaba enfermo-. Aún resuena el porqué y cómo el hombre es capaz de ser un lobo para el hombre. Pero en medio del páramo desolado que quedó de aquello quizás haya algo que nos ayude a no volver a repetirlo. Por lástima el hombre sigue siendo un animal que además tropieza varias veces en la misma piedra.
Seguir a @AlmudenaHPerez
Almudena Hernández
Doctora en Periodismo
Diez años en información social
Las personas, por encima de todo