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¿TÚ TAMBIÉN?

Crisis de pastillas para la sed

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión11-01-2010

El Principito pasea su asombro e incomprensión ante el loco mundo de las personas mayores. Uno de esos excéntricos que conoció en la Tierra era un comerciante que vendía píldoras para calmar la sed. Ingerir una píldora a la semana y te olvidas de beber durante ese tiempo. Un ahorro total de unos 53 minutos por semana. “Si yo tuviera 53 minutos libres para gastarlos en lo que quisiera, me dirigiría tranquilamente hacia un manantial”, respondió el Principito. Algo así pensaba yo el otro día cuando la nevada casi no nos deja a los vecinos de mi bloque salir del garaje. “Tengo que ir a trabajar”, decía uno. “Qué hago con los niños”, decía otra. Yo llegué a apuntar lo maravilloso que sería que la nieve nos regalara a todos un día para estar en casa, en familia. Pero creyeron que era un chiste. Al final, tanto se ocuparon en resolver el problema que lo consiguieron, y cada uno llegó a su respectivo trabajo. Una vez allí, apenas había nadie. Yo aproveché para trabajar con lentitud, ese valor denostado en el trabajo del siglo XXI, a pesar de que normalmente es el que nos permite hacer las cosas bien y disfrutarlas. Mi vecina llegó al colegio… pero he sabido por las noticias que estaba cerrado. No sé que hizo finalmente con los niños… o con su trabajo. El mundo se ha vuelto tan loco que tener un día de vacaciones no programadas parece un infierno o una lata. Los informativos parecen verlo como un tragedia, cuando la tragedia no es quedarse en casa, sino perder la vida intentando llegar a un trabajo que puede sobrevivir sin nosotros 24 horas. Quizá, incluso, hasta 48. Cuando la naturaleza nos obliga a quedarnos en casa tenemos la oportunidad de descubrir que el hogar es más grande que el mundo. Que la aventura familiar es un reto más apasionante y pleno que la aventura laboral. Que nuestra casa encierra mundos más misteriosos amables que los que aguardan fuera. Que el mundo y las personas son, siempre, más grandes, por dentro, que por fuera. Que la ley del hogar es más hospitalaria que la ley de la empresa y el estado. Si las navidades son hoy menos familiares porque han perdido su sentido religioso, tal vez lleguen a serlo más gracias a inviernos como éste. Lo que escandalizaba al Principito del comerciante no era el hecho de ser comerciante. Era el hecho de que no vislumbrara un horizonte de vida más amplio y feliz que la ley del comercio, del ahorro de tiempo y espacio, de la función laboral. Lo que escandalizaba al Principito es que la Ley del Mundo fuera la ley que nos ha llevado a la actual crisis económica, que no es sino una profunda crisis de valores, porque éstos se han dado la vuelta como un calcetín, convirtiendo los medios en fines y los fines en medios. De esta crisis no nos sacarán los bancos, ni los comerciantes, ni los políticos. Nos sacará recordar que vivíamos mejor antes. Que no necesitamos píldoras para la sed, ni tantas otras “necesidades creadas”, ni para ser mejores ni para ser felices. Que nos basta caminar tranquilamente hacia un manantial. Y mejor si lo hacemos en familia. No es cuando el hombre trabaja para el mundo, sino cuando el mundo conspira para el hombre cuando encontramos la clave para edificar, juntos, ese lugar donde la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach