Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

ROJO SOBRE GRIS

En la sala de espera

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
Opinión09-11-2009

Estaba pálido. Su cara parecía de cera, y cuando ha pasado por quinta vez la enfermera le ha dicho con un hilillo de voz que ya no podía más del dolor. “¿Cómo se llama usted”. Él le ha dicho su nombre, y ella ha mirado una lista. “Una señora, y después le toca. Espere un poco”. Escribir con la mano vendada es un poquito más difícil. Me he cortado la yema del meñique izquierdo con un vaso de cristal mientras lo lavaba. Es el primer accidente doméstico en mi casa de casada. Es la primera vez que me cosen en la vida. La primera vez que me ponen anestesia. La primera vez que paso horas en la sala de espera de un hospital. De todos los que estábamos allí, además de ser la más joven, era la más afortunada. Se me quedaba dormidillo el dedo de tanto apretarlo. De vez en cuando abría la mano y me quitaba la gasa para saciar mi curiosidad y mirar la carne abierta. Finalmente he encontrado la postura perfecta para que no me escociera ni me doliera demasiado, y entonces he podido olvidarme de mí y ponerme a reflexionar durante casi dos horas. En la sala de urgencias de un hospital te sientes un poco solo, pero no puedes evitar mirar a tu alrededor y compadecerte. Se te hace larguísimo el tiempo que pasa mientras esperas a que llegue el médico. He empezado a pensar en lo necesitados que estamos de los demás. A veces nos damos más cuenta, y otras veces nos pasa desapercibida esta realidad; creemos que somos autosuficientes, que nos valemos por nosotros mismos. Pero la sala de urgencias es una terapia de vida, que en poco tiempo te pone de nuevo en tu centro. Somos frágiles, y débiles, y es sorprendente que no nos rompamos más a menudo. Sientes la necesidad de que llegue alguien que te arregle y, al mismo tiempo, te comprenda. Alguien que se ponga en tu lugar y que te compadezca. En pocas ocasiones suena tan deliciosamente tu nombre como cuando te llaman para entrar en la consulta de unas urgencias. Te sientes como un niño que se abandona por completo en los brazos de sus padres, confiado en que son el refugio seguro, el alivio, la aceptación total y la cura. Encontrar esos brazos en un médico de urgencias es un regalo. Y saber que eres eso para alguien es de una alegría indescriptible. Hoy soy más consciente del largo alcance que tiene esa manifestación del amor que es la compasión; de lo que significa estar abierto a recibir y acoger lo que llegue, sea lo que sea y por difícil que sea, distinguiendo las circunstancias de la persona que las padece, y que necesita consuelo, escucha y compasión además de soluciones. Rojo sobre gris a las personas con el don de saber estar cerca. De qué servirían la soledad, el dolor o la necesidad que tenemos de los demás si no fuera porque gracias a esos sufrimientos –grandes o pequeñísimos- podemos experimentar la maravilla de encontrar a quienes nos hacen sentirnos queridos, comprendidos y consolados.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo