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ANÁLISIS DE DEPORTES

Gentuza

Fotografía

Por Alejandro G. NietoTiempo de lectura3 min
Deportes27-09-2009

Resulta alarmante comprobar cómo, en el mundo del fútbol, las noticias que no atañen a Real Madrid y Barcelona, por muy importantes que sean, pueden pasar totalmente inadvertidas. En la mayoría de ocasiones se pierden en las páginas de la prensa regional, y muy rara vez alguien se fija en ellas y las rescata para algún medio nacional. Es lo que ha sucedido con la agresión que sufrió este aficionado del Lugo a manos de sus propios compañeros de grada. Su delito: intentar confraternizar con la afición rival. Ocurrió hace casi un mes. Antonio, un aficionado del equipo lucense, promovió una curiosa iniciativa para fomentar las buenas relaciones con los hinchas de la Ponferradina, rival de su mismo grupo de la Segunda División B. Al Lugo le tocaba jugar en casa el domingo por la tarde ante el Mirandés, mientras que el conjunto berciano debía disputar su encuentro esa misma mañana en La Coruña. Por la experiencia de otros años, Antonio sabía que cuando sucedía algo así varios aficionados de la Ponferradina acostumbraban a hacer un alto en el camino a su regreso de Coruña para ver el partido del Lugo. Y por ello se le ocurrió proponer a la directiva realizar una invitación formal a los seguidores blanquiazules, proporcionándoles entradas a un precio especial, para que fueran más quienes se decidieran a hacer una parada en Lugo para animar al equipo vecino. Pero, en su afán por estrechar lazos con la afición de uno de sus rivales en Segunda B, Antonio no contó con que, por desgracia, los estadios de España están repletos de una especie de seres humanos cuyo reducido cerebro no les permite comprender el significado de la confraternización: los ultras. En Lugo, en concreto, existen las Brigadas Antifascistas Lucenses, un grupo de radicales todavía más ignorantes de lo habitual, pues al hecho contrastado de que todos los ultras suelen tener la inteligencia de una mosca se suma, en este caso, la inmadurez de la juventud. Antonio no pensó que su detalle con la afición de Ponferrada fuera algo malo. Pero a esa panda de críos que se proclaman comunistas sin saber siquiera quien fue Lenin sus reducidos cerebros les rebelaron que tender la mano al contrario suponía una traición y que, por tanto, como buenos hinchas del Lugo, debían liarse a navajazos con el promotor de la iniciativa. Antonio recibió dos puñaladas y varios puñetazos a manos de cinco de esos chavales descerebrados, que ni siquiera tuvieron el valor de atacarle de frente. El protagonista de esta historia ha salido bien parado. Pero muchos otros no han corrido tanta suerte. Y lo peor es la actitud general de aceptación hacia el hecho de que sigan existiendo este tipo de grupos. Los propios equipos los miman, proporcionándoles entradas a mejor precio y facilitándoles los desplazamientos. Y la prensa no informa hasta que no hay muertos. Si un portero de Segunda B marca un gol desde su propia portería sale en todos los medios, pero si en la misma categoría sucede una barbaridad de este calibre a nadie le parece destacable. Si se les tratara como merecen, toda esta gentuza tan propensa a la violencia debería tener la entrada prohibida a todos los estadios de España. El problema es que hasta que las cámaras no cazan a uno en plena acción, todo el mundo se lava las manos, incluso sabiendo con nombres y apellidos quiénes son los instigadores de todos los actos de delincuencia que comenten estos grupos. Así por todos los campos de España siguen proliferando los descerebrados violentos. Y hasta los chavalitos de 15 años deciden agruparse, tomando la ideología que más gracia les haga –bien de extrema izquierda o bien de extrema derecha–, para formar su propia peña radical. Es una pena para este deporte, pero esta dinámica está ya tan arraigada a la propia cultura futbolística que va a ser casi imposible encontrar la solución.

Fotografía de Alejandro G. Nieto