Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

ANÁLISIS DE ESPAÑA

Familia Aranalde: una historia de ETA

Fotografía

Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura3 min
España06-09-2009

La pequeña Maite creció entre historias y leyendas. Batallitas que le contaba su padre Jokin sobre la lucha de un pueblo oprimido. Desde la mesa del comedor, la pequeña Maite comenzó desde muy pronto a escuchar palabras como territorio, gudari, maketo, tierra, raza, identidad, odio. Luego, todo eso lo corroboraba en las calles, en las tabernas, en las fachadas y los juegos diarios de su universo conocido: una localidad de 4.000 habitantes en las profundidades de Guipúzcoa. Allí jugaba con su prima Eider. Entre ambas aprovechaban para poner en común las verdades absolutas que habían oído en casa. Y crecieron con eso. Sólo con eso. Hoy Maite ya no es una niña. Aunque su aspecto podría llevar al equivoco. No así su mirada, entre triste y aterrada, al bajar del avión que la trajo de Francia después de varios años de cárcel. Maite volvió a ser esa niña cuando vio a los suyos en las puertas de Soto del Real. Corrió con los brazos abiertos hacia ellos. Hacia la burbuja en la que ella siempre se ha sentido protegida. Como un animal malherido que de pronto se encuentra con su manada. Por un momento, Maite regresó a ese hogar familiar en el que le hablaron de un mundo que no existía, pero que ella creía real. Volvió al pueblo que la recibió como una heroína. Da igual que ella hubiese preferido otra cosa. Una vida distinta que la de su padre. No importa si Maite hubiese preferido pasar más tiempo con su familia y sus vecinos en lugar de volver a la clandestinidad. De nada sirve que la única prueba contra ella fuese un reconocimiento fotográfico y que previsiblemente habría salido absuelta de su presunta participación en una cadena de explosiones en 2004. Nada importa que hubiese escogido rehacer su vida, estudiar, viajar. Con 27 años, para Maite ya no hay elección. El caso de Maite Aranalde, de su padre Jokin, de su prima Eider -reclutada por su tío para ingresar en ETA- ha servido para mucho más que para comprobar que la colaboración entre España y Francia en la lucha antiterrorista aun admite fallos. El caso de la localidad de Ibarra ha servido para evidenciar la radiografía perfecta del oscuro mundo del terrorismo etarra. Un universo enajenado en el que no hay capacidad de escoger. Una mentira que desde la mesa del comedor ha condenado a tantos y tantos jóvenes a vidas de criminalidad y odio. Y cárcel. Una locura que insiste en encerrarse en si misma en lugar de enfrentarse a mundo cada vez más abierto a distintas realidades. Igual que Lars Von Trier logró plasmar a la perfección las miserias y los miedos de la sociedad a través de la vida cotidiana de un pueblo en Dogville, en este caso, Ibarra es el escenario perfecto para apreciar los pocos bastiones de supervivencia que le quedan a la banda. Más allá de los valles –no sólo geográficos-, el aislamiento, la ignorancia, el miedo... a ETA no le queda ya nada. Y eso ETA, acorralada, lo sabe. Por eso Maite, como tantos otros, aunque hubiesen querido, no han tenido elección.

Fotografía de Alejandro Requeijo

Alejandro Requeijo

Licenciado en Periodismo

Escribo en LaSemana.es desde 2003

Redactor de El Español

Especialista en Seguridad y Terrorismo

He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio