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SIN CONCESIONES

Un padre injusto

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión19-07-2009

Cuenta la parábola del hijo pródigo que un joven reclamó a su padre la mitad de la herencia que le correspondía y se marchó del hogar familiar hasta malgastar todo el dinero. Suponemos que huyó para sentir la libertad absoluta que todo hombre anhela y que sólamente comprende cuando se encuentra demasiado lejos de casa como para disfrutarla. El hijo derrochador, que renunció a su padre, que tiró la fortuna en alcohol y malas mujeres, que pasó hambre hasta restregarse por el fango junto a los cochinos, ese hijo descarriado descubrió el arrepentimiento en la soledad y decidió volver a la tierra de su padre para trabajar como sirviente. "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros" (Lucas 15, 1-32). El hijo volvió a casa y el padre le perdonó porque "estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado". El padre de esta parábola bien podría ser contemporáneo. En tal caso, sería la víctima de un hijo que mensualmente gasta una fortuna en discotecas y drogas de alto diseño. Sería el profesor que padece día tras día la indisciplina de un alumno perezoso y engreido. Sería el policía que semana tras semana observa al mismo delincuente violar la ley. Sería el médico que sabe del paciente que no toma las pastillas ni sigue sus indicaciones. Sería el Gobierno que un año y otro año cede a las demandas mendicantes de sus socios parlamentarios o a las multimillonarias peticiones de algunas comunidades autónomas. En todos estos casos, el padre de la parábola ejercería de padre si previamente se produjera la premisa indipensable: la humildad del hijo para arrepentirse del error y pedir la súplica a su ascendiente. Esta es la lección que deja este sabio capítulo de la Sagrada Escritura. El padre no se comportaría como un padre si el hijo regresara en busca de otra porción de la fortuna familiar sin aprender del camino equivocado, si exigiera una compensación por el tiempo que pasó lejos de la casa, si aumentara sus demandas sin mirar al resto de los hermanos. El padre de la parábola repartió la herencia a partes iguales. Un hijo guardó cuanto le correspondía y lo trabajó para mantener aquella riqueza. El otro hijo derrochó el dinero pero le perdonó porque aprendió del error y regresó al hogar arrepentido. Todos somos hijos pródigos a lo largo de nuestra vida y también somos padres de algún hijo descarriado. Nuestra mano, la del maestro, el policía, el médico e incluso el presidente del Gobierno debe extenderse a tiempo cuando el hijo perdido regresa a casa tras haberse encontrado a sí mismo. No debe hacerlo para prolongar la fuga hacia ninguna parte de quien desperdicia la fortuna común, quien desoye constantemente la voz de la experiencia y quien sólo quiere más dinero para financiar sus derroches alocados. En ese caso, tanta culpa tendría el hijo pródigo como el padre que cierra los ojos a la realidad para satisfacer el ego(centrismo) del descendiente a la vez que perjudica al resto de los hermanos, vecinos, conciudadanos o comunidades autónomas. El perdón al hijo pródigo no consiste en olvidar el error y actuar como si nada hubiera pasado, sino que pasa por darse en caridad al otro desde la asunción del problema. Y, si el hijo pedigüeño insiste, la enciclopedia popular que antaño fueron los refranes aconseja con acierto que "frente al vicio de pedir, está la virtud de no dar".

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito