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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

La decadencia del triunfo

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión03-02-2002

Los retos por los que clama el corazón apelan a la persona, o a la comunidad reunida en un vínculo de amor. Cuando el dinero, la fama, el prestigio, el nombre, la proximidad o hasta la democracia invaden las misiones personales, la épica se desploma en drama. Operación Triunfo comenzó como un loable intento de humanizar la televisión: la idea es creativa y el programa resulta constructivo para los concursantes -aprendieron en tres meses lo que nunca soñaron- y para algunos espectadores -que ven, por fin, en la televisón, propuestas de conducta ejemplar correspondidas como manda la realidad-. Esta, hasta ahora, narración épica de unos héroes que cumplen su vocación gracias al esfuerzo y capacidad personales, empieza a ahogarse bajo la cúpula de lo económico, de las audiencias, de los ingresos, de la mal extendida democracia. El voto popular al favorito busca la virtud de premiar al artista que más empatía genera, al que mejor transmite emociones. Algo fundamental en un cantante, pero insuficiente. Y más que insuficiente, nauseabundo cuando esta fresca idea se pudre bajo la presión asfixiante de un programa de busca dinero con las llamadas para salvar concursantes y con los récords de audiencia -de crecimiento continuo asegurado con la permanencia de los favoritos-. Al dinero que interesa al programa se suma el dinero que interesa a los ayuntamientos de cada favorito -pues no les interesa el favorito, sino su promoción institucional a costa del favorito-. Y sobre los intereses económicos pesan también los personales: identificación con los cantantes no por su trabajo en el escenario, sino por pertenecer a un estrato social, por ser más simpáticos, por ser vecinos, por mostrarse más débiles... Por cualquier cuestión accidental que olvida la fundamental, la vocacional, la personal -o comunitaria- que movió a los concursantes: ser buenos cantantes. La épica del programa y la de unos concursantes excepciones -irrepetibles-, queda más reprimida cada semana por la mediocridad del gran mercado y de una mayoría de telespectadores. La nobleza de estos cantantes de poco vale cuando un público irreflexivo vota al más telegénico en perjuicio del mejor o más esforzado. La mejor televisión de los últimos años se pervierte gracias a su público. Todo un mazazo para quienes ven posible hacer buena televisión. Parece que tenían razón, pero no contaban con el público.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach