Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

ROJO SOBRE GRIS

Mi ejército

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
Opinión24-05-2009

Lo he decidido esta semana: voy a constituir un ejército personal para librar una gran batalla. Me siento muchas veces con las piernas cruzadas sobre la silla. No me suele importar mucho dónde esté, y me sale de manera inconsciente, Lo hago desde que era pequeña y daba clases de ballet. Era una forma de crecer en elasticidad y fexibilidad. Se convirtió en un hábito y no hay postura más cómoda para mí que sentarme con las piernas recogidas, ni mejor lugar para sentarme que el mismo suelo. Por primera vez esta semana me regañaron en un lugar público por tener las piernas sobre la silla. Era un restaurante. Me gusta mucho, sobre todo por las noches. Es oscuro pero bien iluminado con velas originales y de colores; la música de ambiente es relajante, y todo invita a la comodidad. Me enfadé. Me enfadé muchísimo con el camarero. “Lo que sí te pido es que bajes los pies de la silla” –me dijo mientras le decía por segunda vez lo que quería-. De haber sido un lugar de lo más chic y elegante hubiese cuidado cómo me sentaba, pero jamás imaginé que me dirían algo así en un sitio como ése. Entonces aproveché la oportunidad para vomitarle a la cara los varios errores que había cometido como camarero durante la noche: “Aquí los deberes los cumplimos todos” –le solté. Después le pedí disculpas, y volví a recibir una humillación por parte de mi víctima-verdugo: “Estoy acostumbrado a este tipo de cosas”. A partir de aquel momento no volvió por nuestra mesa, pero no ha dejado de torturarme en la cabeza. Mis errores se me quedan como tatuados en el alma. Me martillean sin parar. No soporto equivocarme y no soporto la humillación. Me pesan y me hacen infeliz. Es una batalla que libro en mi interior contra una fuerza poderosísima: mi orgullo. Por eso he decidido que si planifico mi trabajo de modo casi militar, voy a abordar este reto como lo que es: una batalla contra el mal que se libra dentro de mí. He comenzado a formar mi ejército. Estoy poco acostumbrada a que me corrijan. Tendré que analizar por qué, pero cierto es que un día, un buen amigo explicó que sólo el pusilánime sale corriendo ante una corrección. Así que le he pedido a mi jefe ser corregida más a menudo. Le sorprendió lo que le pedía: “Me puedo equivocar. Puedo estar juzgándote en lugar de corregirte”. Le conté que hay una diferencia grande entre juzgar y corregir, que en cristiano se llama corrección fraterna: buscar el bien de la otra persona ayudándole a ver cosas que en forma o espíritu podría hacer mejor. No es fácil: Esto exige amor por parte de quien corrige, apertura a estar equivocado, y reflexión previa para hacerlo con limpieza de corazón sin estar buscando venganza o resarcimiento, sino sólo el bien del otro. Además de a mi jefe, voy a reclutar a la humildad. Creo que es bastante dura de pelar, y una tipa exigente y dura, pero invencible si se trata de herir de muerte al orgullo. Me vendrá bien en la batalla. Creo que dolerá el adiestramiento, pero también dolía cruzarse de piernas en ballet, hay quienes ni siquiera pueden hacerlo y, sin embargo, para mí hoy, no hay postura más cómoda que sentarme así. Eso es lo que quiero: ser una corregida feliz. Así que, para darme ánimos, me dedico a mí este Rojo sobre gris.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo