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¿TÚ TAMBIÉN?

La crisis del comunicador

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura4 min
Opinión17-05-2009

Si el título de este artículo fuera el de la columna de mi colega de al lado, Amalia Casado, pensarían ustedes que la pobre no tiene nada que escribir, que está ante el papel en blanco y que, como no se le ocurre nada, a va compartir con ustedes la terrible experiencia de enfrentarse a un papel en blanco. Pero me temo que quien escribe soy yo, así que me limitaré a comentar las reflexiones que pululan por el mundo sobre la crisis de la profesión periodística, pero también de los publicitarios, músicos, cineastas, escritores y demás profesionales de la comunicación. Resulta que Internet está acabando con los medios tradicionales de elaboración, distribución y consumo -esta palabra, en este contexto, me produce escalofríos- de información, ocio y cultura. Pedro J. se mostró preocupado en su Carta del director del domingo pasado por los derroteros hacia los que camina el periodismo según los gurús de Internet. Parece que hace fortuna la expresión “periodismo ciudadano”, en referencia a que serán los propios ciudadanos los que elaborarán las noticias que ellos mismos observen. Algo así -comentaba el veterano reportero David Simon- como si a un vecino con una manguera en el jardín y buenas intenciones le llamamos bombero. El absurdo es evidente. No obstante, es cierto que si los profesionales de la comunicación -de cualquier forma de comunicación- quieren sobrevivir, deberán cambiar muchas cosas. Ya los griegos entendieron que en la elaboración del discurso se precisaban tres fases: inventio o reflexión, estudio y búsqueda de material; dispositio o elaboración de la forma interna del discurso y elocutio o ejecución final. En el fondo, toda noticia, canción, película, discurso, obra de arte, etc., supone esas tres operaciones. La segunda y tercera son, en el fondo, más arte que ciencia. Aunque todos podemos trabajarlas para aprender a dar lo mejor de nosotros, hay mucho de genialidad, de innato, en ello. No hace falta pasar por la universidad, ni por un máster, para ser capaz de encontrar la estructura adecuada para una historia, o para hablar en público con gracia y estilo. Basta practicar. Si hasta la fecha no abundaban infinidad de directores de cortos, de articulistas, de escritores, de músicos, de pintores o de fotógrafos más o menos brillantes, divertidos, sorprendentes, pero de escasa cualificación, no era porque la gente no supiera hacer esas cosas, ni porque no existiera demanda para las mismas -lo superficial, pero gracioso o morboso es lo más comercial, como prueban los programas de TV de más éxito- sino porque no tenía medios técnicos ni para hacerlo ni para darse a conocer. Hoy hay medios más que suficientes, y nos sorprendemos del talento popular que manifiestan multitud de desconocidos, hasta el punto de que algunos programas de la televisión profesional sobreviven emitiendo los vídeos que muchos aficionados cuelgan en YouTube. Lo único que puede salvar al comunicador profesional (y a una democracia que quiera garantizar el acceso a una información veraz y a una cultura humanizadora), del comunicador aficionado o de ocasión, se encuentra en la primera fase de la elaboración del discurso. En la inventio. Su formación intelectual, su rigor y honestidad, su compromiso con la verdad y con los ciudadanos, su capacidad para investigar, su criterio, el valor de su palabra, su mirada aguda para descubrir lo que otro no es capaz de ver, etc. Es ahí, y no en las legislaciones antipiratería o en el paternalismo estatal, donde los verdaderos comunicadores han de distinguirse de los advenedizos. Pues, a la hora de la verdad, cuando algo nos importa, no acudimos pidiendo criterio a los graciosos, a los morbosos, a los divertidos, a los replicadores de la mediocridad. Acudimos a quien sabemos que sabe, a quien nos inspira confianza, a quien siempre demostró criterio a quien se reveló distinto y siempre supo ver aquello valioso que nadie descubrió antes, como sabe muy bien, por cierto, mi colega de columna, Amalia Casado. No hay más que mirar en nuestro interior. Cuando atendemos a noticias, vídeos o canciones tal vez divertidas, pero superficiales, nada nace dentro de nosotros y la risa o el morbo acaban por ser algo extraño. Cuando nos enfrentamos al trabajo de un gran comunicador, algo crece en nosotros, pues hemos arribado a ese lugar donde la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach