ROJO SOBRE GRIS
María
Por Amalia Casado4 min
Opinión17-05-2009
Somos lo que fuimos, lo que servimos y lo que esperamos. Somos lo que perdonamos y lo que fuimos perdonados. Somos nuestros recuerdos y nuestros sueños. Somos lo que oímos y lo que comemos y lo que hablamos. Somos lo que amamos. Somos lo que fuimos amados. Somos lo que queremos amar. Y somos aquello de lo que somos testigos. Crecí con María. Con los años, las distancias y los caminos distintos nos dejamos de ver a los 18 años. Pero lo que viví con ella sigue vivo, efervescente y actuante. Cada cierto tiempo escucho hablar de ella. Por dentro me digo: “Es María. Y es mi amiga. Yo sé quién es”. Me siento contenta, siento como si me viniera a visitar. Ahora se llama así: Visitación de María. Hoy he caído en la cuenta de que ella y su familia son un regalo para mí, una compañía real y auténtica presente en mi vida desde que tengo conciencia. Soy quien soy también gracias a ellos. María es la cuarta de siete hermanos, hijos de Begoña y José Luis. Eran buenos estudiantes; algunos, hasta brillantes intelectualmente. Todos tocaban algún instrumento; algunos de ellos, hasta dos. El mayor es ginecólogo. La siguiente, madre de seis hijos; el tercero, sacerdote recién ordenado. La cuarta es María. Es religiosa de las Hijas de Santa María del Corazón de Jesús, economista, con dos master, profesora de matemáticas en un colegio de esta congregación y maestra de novicias. El quinto es abogado, premio Jóvenes Juristas de la Fundación Garrigues. La sexta es enfermera, y fue número uno de todos los enfermeros que se graduaron en España en su promoción. La séptima es profesora. Vivían en el portal anterior al nuestro. María y yo fuimos juntas al colegio desde esa edad de la que apenas tienes recuerdos. Y fue una de mis mejores amigas. Desde la terraza de mi casa veía la ventana de su habitación. Recuerdo muchas cosas de ella y de su familia. Es verdad: he crecido con ella siempre, a pesar de las distancias. María y su familia formaron parte de mi educación y aún hoy siguen influyendo en mi vida. Recuerdo de María que me quería, recuerdo que quería ser mi amiga y que fue una amiga fiel. Yo era más inconstante, sabía que siempre podía contar con ella, y nunca me pidió nada a cambio: ni siquiera que yo fuese con ella como ella era conmigo. María me contaba muchas cosas de su vida y de su familia. Recuerdo cómo doblaba los calcetines y cómo ayudaba en casa. Recuerdo cómo rezaban juntos todos los domingos. María siempre sonreía, siempre estudiaba, siempre tenía las tareas del colegio hechas, siempre entendía todo y siempre me quiso como yo era, aceptándome tal cual. Con María hablaba de Dios. Ella me hablaba de Dios igual que de ciencias naturales o de ciencias sociales o de la clase de música. Era zurda y acabó siendo ambidiestra. Así era María: constante, voluntariosa, buena e inteligente. También recuerdo cómo me han hablado mis padres de esa familia, siempre con admiración y reconocimiento. Mi madre siempre alabó que Begoña tenía tiempo para todo: con siete hijos, dedicada por entero a ellos, sin ayuda externa, tenía tiempo hasta para leer, para pasear, para ayudar a los demás. De José Luis, mi padre siempre recordaba con admiración cómo se hizo con la simpatía y reconocimiento de los trabajadores de la empresa que dirigió, no siempre en circunstancias fáciles. Cómo la hizo crecer, cómo ayudaba a las familias de sus trabajadores, cómo le querían. Mi madre sigue hablándome de esta familia que se ha multiplicado. Hoy ha estado en una misa especial, la primera que ha celebrado Javier, el tercero de la familia. Ha sido en nuestra parroquia de Burgos, San Martín de Porres. Ha sido una misa larga, desde la una y media hasta la tres, pero mi madre no me hablaba del tiempo que había durado, sino de lo impresionante, maravillosa y bonita; de lo bien celebrada que ha estado, de cómo Javier ha cantado, de lo bien que ha consagrado, de lo natural cuando ha hablado. Ha sido una misa al estilo del Camino Neocatecumenal. Al Camino Neocatecumenal quiero dedicarle, precisamente, este largo Rojo sobre Gris. Porque gracias al Camino tengo una amiga auténtica. Porque gracias al Camino, la familia que tenía tan cerca fue una familia auténtica. Porque gracias al Camino, Javier será un sacerdote de una pieza. No son las ideas las que cambian el mundo, sino las personas que las encarnan con autenticidad. Por eso podemos creer: porque hemos visto y oído. Porque somos testigos.
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Amalia Casado
Licenciada en CC. Políticas y Periodismo
Máster en Filosofía y Humanidades
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