¿TÚ TAMBIÉN?
Angustia
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión19-04-2009
Cada época vive desde sus creencias. Las creencias son, decía Ortega, presupuestos acríticos, no reflexionados, desde los que juzgamos toda la realidad. Son como máximas incuestionables y no explícitas que ejercen de filtro de tal manera que, si no tenemos cuidado, distorsionan la realidad que tenemos delante hasta hacerla encajar en esas creencias. De ahí su fuerza y su peligro: no somos conscientes de ellas y, sin embargo, orientan todo lo que pensamos, decimos y hacemos en la vida. Un ejemplo. Primer día de clase, primero de carrera. Pongo el capítulo Angustia de la mítica serie Alfred Hitchcock presenta. El protagonista, prototipo del ideal burgués, se enfada porque al despedir a un empleado éste se pone a llorar y a contarle sus problemas personales. Indignado, comenta con un colega lo patético de mostrar los sentimientos en público y de no saber sacarse las castañas del fuego por uno mismo. El amigo le responde: “Quizá llorar le ha salvado la vida”. La frase es enigmática, y el protagonista hace como que no la oye. Acto seguido, vemos a nuestro burgués conduciendo, tiene un accidente y queda totalmente paralizado, con los ojos abiertos. Todos le dan por muerto: le desmantelan el coche, le roban la ropa, aparece la policía, le llevan al depósito de cadáveres… durante todo este tiempo, nuestro protagonista trata de demostrar que está vivo con un leve movimiento de su meñique, que nadie detecta. Al final, hasta el forense decide llevarle a la morgue y entonces, cuando el protagonista se ve totalmente impotente, echa a llorar, desesperado. El médico ve la lágrima y grita “este hombre está vivo”. La voz en off del protagonista termina: “¡Dios mío, gracias!”. Ahora entendemos la enigmática frase de su amigo. Pregunto a mis alumnos: “¿Cuál es la tesis, la idea fundamental, que Hitchcock nos quiere transmitir en este capítulo?” Responden casi todos: “Que no debemos rendirnos nunca”. Justo lo contrario de lo que expresa el capítulo, a saber: que en determinadas situaciones, sólo cuando nos rendimos, cuando reconocemos nuestra impotencia y desesperación, podemos dejar que otros hagan lo que para nosotros es imposible: salvar nuestra vida. La creencia generalizada de nuestro tiempo, que ha encumbrado el individualismo, es justo la que expusieron mis alumnos, y ejerció tal influencia sobre ellos que cuando se enfrentaron a la idea contraria no supieron reconocerla. Creencias tan poderosas hacen imposible el aprendizaje, nos ciegan para lo nuevo, lo distinto, lo que no cabe en nuestros esquemas. Por eso Ortega insiste en la urgencia de aprender a distinguir las ideas que uno tiene de las creencias en las que se está. Porque las ideas nos permiten tomar distancia y juzgar con rigor y criterio. Nos permiten abrirnos a lo distinto, hacen posible el diálogo y el aprendizaje. Una persona madura cuando sabe identificar las creencias de su tiempo y convertirlas en ideas, sea para confirmarlas o refutarlas; y cuando hace esto en diálogo abierto y sincero con lo distinto. Sólo entonces el hombre sale del infierno de su soledad angustiosa e ingresa en un mundo donde su vida se ensancha.