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El estruendo de miles de cacerolas vuelve a inundar Buenos Aires

Por Gema DiegoTiempo de lectura2 min
Economía26-01-2002

Por teléfono, por Internet o personalmente, las asambleas de vecinos se autoconvocaron en una manifestación que llenó las calles de varias ciudades argentinas para pedir la eliminación del corralito y la dimisión de la Corte Suprema de Justicia. Pero la rabia de los argentinos alcanza a toda la clase política en general, al grito de "que se vayan todos, que no quede ni uno solo".

Dicen que el hambre agudiza el ingenio, y eso es lo que le ocurre en estos momentos a los argentinos. Con sus ahorros atrapados en el corralito, se las han ingeniado para montar unos mercadillos llamados clubes de trueque, en los que intercambian comida casera o ropa usada. La precariedad de la situación hace que los nervios estén a flor de piel y las duras medidas que mantiene el Gobierno del presidente Eduardo Duhalde provocan un descontento que, esta vez, se ha vuelto a canalizar a través de un cacerolazo monumental. Desde todos los barrios de Buenos Aires, riadas humanas convergieron entre las ocho y las nueve de la noche del viernes de la semana pasada en la Plaza de Mayo. A la de la capital se sumaron otras importantes concentraciones en ciudades como Rosario, Mar del Plata, Córdoba o La Pampa. El Gobierno temía que los cacerolazos terminaran en un "viernes negro", y por eso programó un importante operativo de seguridad formado por agentes de la Policía Federal, gendarmes, hombres de la Prefectura y del grupo Albatros. Los cánticos contra Duhalde -"Yo no lo voté, yo no lo voté"- y contra la Corte Suprema de Justicia -"Corte Suprema, el pueblo te condena"- se mezclaron y se diluyeron en una lluvia persistente que consiguió que la Plaza de Mayo comenzara a despejarse poco después de la medianoche. Fue entonces cuando, según ha explicado el portavoz presidencial, Eduardo Amadeo, "los habituales doscientos tipos que tratan de empañar estas cosas hicieron lo que hacen siempre". La violencia se desató en la capital argentina entre la policía y algunos jóvenes activistas. La primera utilizó los gases lacrimógenos y las balas de goma, y los segundos respondieron con pedradas. En pocos minutos, el sonido de los disparos silenciaba al de los pucheros. La protesta se saldó con una veintena de heridos y unos 70 detenidos, mientras Argentina, callada, se dormía con un regusto amargo en la boca y dibujando nuevos planes de cacerolazos en la cabeza.

Fotografía de Gema Diego