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ANÁLISIS DE ECONOMÍA

No a costa de derechos laborales

Fotografía

Por Gema DiegoTiempo de lectura2 min
Economía15-02-2009

Nos han pedido apretarnos el cinturón para superar la crisis. No solicitéis extras por productividad o por asumir funciones de cargos que no son exactamente el vuestro; no os quejéis por que aumente el volumen de trabajo individual; no reclaméis privilegios, conformaos con lo justo. Y así, poco a poco, tiraremos y saldremos a flote. Hasta aquí todo es razonable. Aunque algunos directivos y cargos públicos tendrían que recortarse un poquito el sueldo, no sólo congelárselo. Pero atacar los derechos laborales de los trabajadores es un error, una oscura maniobra que los empresarios quieren llevar a cabo utilizando la crisis como pretexto. ¿Por qué, si ahora se quiere establecer un contrato de crisis, no se creó en su día un contrato de economía boyante? Sí, un contrato que redujera las horas de trabajo, aumentase la remuneración, incrementase la indemnización por despido y así sucesivamente. Pero no, eso no se les ocurrió. Si un empresario quiere crear un puesto de trabajo, lo hará porque está convencido de que lo necesita, no porque sea más barato despedir a quien contrate a las primeras de cambio. Al menos así lo hacen los pequeños y medianos emprendedores, porque ¿qué más le da a una gran compañía pagar 20 ó 45 días por año, cuando su único problema es que tiene menos beneficios y no ha entrado todavía en pérdidas? Por ello, sería una auténtica metedura de pata que Gobierno y sindicatos consintieran en incorporar esta novedad de contrato al mundo laboral. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, pide un esfuerzo conjunto para acabar con la crisis. Muy bien, los pequeños empresarios que están peleando por un crédito y a quienes no se le concede ya lo hacen; los trabajadores también lo hacen, afrontando lo que hay sin pedir más; también apechugan los parados y las personas que hacen números y números para seguir pagando la hipoteca. Pues entonces, que se sacrifiquen igualmente las grandes corporaciones, los bancos y los especuladores culpables de la recesión.

Fotografía de Gema Diego