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ROJO SOBRE GRIS

En la cocina

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura3 min
Opinión04-01-2009

Tengo a Álvaro, mi marido, a una columna de distancia de mí en este periódico. Ahora mismo estamos en Burgos, en la casa de mis padres, en la víspera de la víspera de Reyes, y le tengo a una habitación de distancia escribiendo precisamente sobre los Reyes Magos. Mi madre va y viene sin parar de entrar y salir mientras ordena la nevera, enciende el friegaplatos y revisa unas fotos que imprime mi hermana todo al mismo tiempo. De fondo escucho la voz de mi padre. De repente se abre la puerta de la cocina, que es donde he decidido recluirme para escribir. Paro. Es mi madre: “Mira esta foto. Qué bien imprime esta máquina. Le he dicho a María Isabel que me saque a mí una como ésta ahora mismo para mi álbum”. “Sí, es preciosa”, le corroboro. Somos mi hermana y yo el día de mi boda, justo cuando le entregué el ramo de novia. Pienso que las fotos son maravillosas. Llevamos toda la tarde repasando parte de nuestra historia lejana y reciente gracias a ellas. Nos encontramos con nosotros mismos y con nuestras raíces al vernos y reconocernos en nuestros antepasados, en nuestra infancia, en nuestra adolescencia. “Somos lo que son nuestros padres”, se ha comentado hoy cuando cenábamos en casa de mi abuela. De los Casado llevo la vena artística. De los Orcajo, el genio. Mientras pienso esto, entra mi padre con un álbum de fotos en la mano. Viene a decirme que el vestido que llevo en una de ellas tengo que cuidarlo y conservarlo porque es precioso y me queda muy bien. “Y si alguien te dice que ya te lo ha visto, le contestas que tiene una mancha en el suyo”. Me río. Me ha hecho mucha gracia esta consideración de mi padre. Me ha encantado. El vestido ya era especial porque me lo hizo mi madre, porque ella eligió la tela cuando yo estaba en una de mis habituales indecisiones, porque me lo he puesto en bodas de varias amigas, porque me recuerda a las antiguas cortinas de la bañera de mi casa y porque ya sabía cuánto le gustaba a mi padre. A partir de ahora, cuando me lo ponga, recordaré una puntada más de mi vida: la de esta noche y el gesto tan simpático y espontáneo de mi padre. Mientras registro lo sucedido, alguien abre la puerta de nuevo. Es Álvaro: “Bueno, yo ya lo tengo, me falta un párrafo”, me dice encantado de lo rápido que es. Estallo en una carcajada porque me siento como una pequeña espía que va tomando nota de lo que pasa sin que los demás se den cuenta. Pero creo que él me ha descubierto: “Tú no puedes escribir así, Amalia, esto no es serio… ¿No se te ocurrirá decir… porque yo lo haya dicho en este momento?”. Yo no levanto la cabeza del teclado, pero con el rabillo del ojo veo que se apoya en la encimera. “ ¿A ti que te llama la atención de los Reyes Magos?”, me pregunta. “Que mis padres nunca me han dicho quiénes son, y que siguen trayéndome regalos”, le respondo. Y se va. Vuelve mi padre. Ahora trae una de las revistas semanales que acompañan al Diario de Burgos los domingos. Viene para decirme algo sobre uno de los columnistas. Y se marcha de nuevo. Todavía ha entrado tres veces más: para traerme unos billetes que me había dejado encima de la mesa, una. Para enseñarme el parche para el corazón de usar y tirar que se pone por el día y se quita por la noche, dos. Para darme un beso de buenas noches, tres. “Sólo queda mi hermana”, pienso. Retoco lo que he escrito, puntúo… y se abre la puerta otra vez. ¿Quién? Ella. “¿El regalo que traías de mamá ya lo has subido?”. Entra en la cocina de tu casa y cierra la puerta. Puede ser hoy o dentro de una semana. Puede ser una sala de estar o tu habitación. Coge un papel, un boli y escucha atento. ¿Los oyes? Ellos son el mejor regalo, el mejor Rojo sobre Gris.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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