Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

ANÁLISIS DE SOCIEDAD

Caramelos de África

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura2 min
Sociedad13-07-2008

El rechazo a la inmigración tiene fin. Aunque haya quien diga que quitan trabajo a los españoles, aunque a veces cueste la convivencia. El rechazo a la inmigración acaba cuando un negrito semidesnudo te ofrece los brazos en una casa de acogida a mujeres inmigrantes en el Estrecho de Gibraltar. Muchos prejuicios se caen por el precipicio cuando uno de esos críos de ojos grandes hace una gracia o sonríe. A veces, se cae el alma, incluso. También se desmoronan muchos mitos cuando hablas con las madres, jóvenes mujeres corpulentas, de vuelta de muchas cosas, pero aún con un resquicio de esperanza y de ilusión. Las inmigrantes saben que el embarazo o el cuidado de su bebé es el pasaporte para entrar a España de forma ilegal. Más aún. A veces, un hijo sirve de salvoconducto para hacer pasar el tiempo y que la burocracia, el papeleo y la administración acabe aburriéndose u olvidando el caso. Pero es más. Un niño las permite dejar atrás la guerra, la desazón, la falta de futuro y el hambre de sus países. ¿A qué precio? La respuesta también cae por un oscuro precipicio. Un niño de ojos grandes y tiernos también puede acabar en las fauces del Estrecho, ese infierno de salitre que desde hace dos décadas viene escupiendo cadáveres de desesperación a las playas. Sólo hay que hablar con los voluntarios de las ONG, con los agentes de vigilancia, con la Guardia Civil y con las personas que de uno u otro modo están en línea de fuego. La inmigración es mucho más que una foto estremecedora, una ley o un puñado de datos. También es la mafia, la picaresca, la ignorancia y, sobre todo, las personas que aglutina este "colectivo". Las razones por las que centenares de personas deciden jugarse la vida en una triste embarcación para llegar a Europa se nos escapan a muchos. Las intuimos, pero no las comprendemos y, en muchos casos, resultan difíciles de aceptar. Pero las cosas cambian mucho cuando uno de esos niños ofrece los brazos e intenta decir algo con un simpático acento andaluz. Hay quien afirma que estos críos sudafricanos son dulces como "caramelos". Pero algunos caramelos también sirven para el trueque y el chantaje con el que lograr burlar la inocencia. Otros, en su dulzor, quedan disueltos en el salitre del mar.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

Las personas, por encima de todo