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ANÁLISIS DE DEPORTES

El camino sin retorno de Laporta

Fotografía

Por Roberto J. MadrigalTiempo de lectura3 min
Deportes13-07-2008

Desde que la marcha de Sandro Rosell evidenció que la unidad bajo el mandato de Joan Laporta en el Barça había llegado a su fin, los acontecimientos no han hecho sino precipitarse hasta dejar al presidente en una posición más que delicada. Deportivamente, sin duda, la situación del club es un caos. En lo que al fútbol respecta, la llegada al banquillo de Pep Guardiola parece, de momento, un mero parche. Las dificultades para vender a Samuel Eto¬o, el desencuentro con Ronaldinho de Assis a cuenta de disputar los Juegos Olímpicos con Brasil, son dos trabas a una renovación de la plantilla que se empieza a demorar más de lo debido, habida cuenta de que el Barça deberá disputar la última eliminatoria previa de la Liga de Campeones. El futuro, siempre a expensas de los resultados, se antoja demasiado incierto. En cuanto al baloncesto, el conflicto entre el entrenador, Dusko Ivanovic, y el director deportivo, Zoran Savic, se ha saldado con la marcha de ambos. Con la llegada de Chichi Creus y la vuelta de Juan Carlos Navarro parece haber sensatez, pero no hay que olvidar que, ya en 2005, se marchó un grupo de directivos valiosos, precisamente por una de esas purgas. Si algo demuestra la experiencia es que se necesita muy poco tiempo para destruir las estructuras, pero mucho para reconstruirlas. Más aún si los proyectos en que se apuesta en un primer momento, como la dirección deportiva en manos de Valero Rivera, resultan un fiasco. Pero es que políticamente, la situación todavía es peor. Curiosamente, Laporta fue el promotor de la primera moción de censura en la historia del Barça, en 1998, contra José Luis Núñez. No prosperó, pero creó un precedente que acabó sembrando la inestabilidad en el club: el convulso final de la presidencia de Núñez, los despropósitos de Joan Gaspart y Enric Reyna. En ese ambiente, Laporta consiguió aunar las distintas corrientes de opinión que imperan en el ámbito culé, y por eso consiguió vencer a Lluís Bassat, primero, y una arrolladora mayoría en las elecciones de renovación, después. Sin embargo, tras su cara bonita, Laporta esconde un lado déspota que ha ido alejando a aquellos que lo apoyaron en su día, de ahí la nueva fractura social en el club. Los hechos son evidentes: por un lado, han ido dimitiendo directivos, empezando por Rosell y sus afines, hasta llegar a la dimisión de ocho directivos, entre ellos los vicepresidentes institucional, económico y deportivo, dispuestos a no verse más salpicados por la crisis. Por otro, las salidas de tono de Laporta en momentos puntuales han sido notorias y han mermado su buena imagen, así como el empecinamiento en asociarse con el sector catalanista más reaccionario, y pese a su buen tino en tratar de sofocar al sector violento de los Boixos Nois. Por todo ello se ha llegado a situación límite. Y si Gaspart se vio forzado a dimitir, Laporta no ha podido más que ganar tiempo pero lleva sus mismos pasos. La tensión hasta que llegue la asamblea de compromisarios -que no sirve, técnicamente, para nada- va a ser altísima. Y menos mal que se le ha cerrado otro frente que estaba abierto: la resolución judicial que, de haber sido desfavorable, habría obligado a los directivos a avalar una parte importante del presupuesto del club, que cabe recordar, no es una sociedad anónima. Por eso, si en dos meses podría pasar todo esto, pese a los éxitos deportivos que pudieran llegar -en vacaciones, ninguno-, pese a la ilusión que pudiera suscitar el nuevo proyecto al mando de Guardiola , dos años de durísimo desgaste serían demasiado, más aún si el proyecto de gestión no mira al largo plazo. Pero así es la política: Laporta no ha sabido asumir las discrepancias y por eso su ciclo se ha agotado antes de tiempo.

Fotografía de Roberto J. Madrigal