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ROJO SOBRE GRIS

Veredicto en espera

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura2 min
Opinión02-03-2008

Cuando estudiaba Ciencias Políticas, a principios de los ’90, todo apuntaba a que las campañas electorales en España se irían personalizando más en los candidatos de cada partido a la manera estadounidense, a pesar de que en España no votamos a un presidente, sino a un partido –luego a un programa-. Discutíamos mucho sobre qué relevancia acabarían teniendo los programas electorales que, en definitiva, son lo verdaderamente importante si nos ponemos serios, y sabíamos, con todo el dolor de nuestro corazón, que el programa electoral acabaría siendo una mirada, una forma de vestirse, de hablar, de relacionarse ante las cámaras y de salir en los medios. Sabíamos que las elecciones se iban a convertir en un gran sarao mediático, y el sábado previo al primer debate entre Rajoy y Zapatero repasaba como si fuera un juego los elementos que yo hubiera revisado de un plató para un debate en el caso de que trabajara en un gabinete de imagen y prensa para un partido. Es curioso: pensé en el cronómetro. Hubiera revisado su ubicación, algo que nos trajo de cabeza el pasado debate, cuando nuestros aspirantes a presidente torcían la mirada como si tuvieran un tic. Seguro que muchos otros elementos se me habrían escapado, porque hace mucho tiempo que ya no vivo tan cerca de estas cuestiones, pero hay algo por lo que hoy hubiera peleado como cualquiera sabe hacer cuando cree en algo. Yo me hubiera dejado la piel en conseguir un discurso que entusiasmase, que nos revolviera las entrañas, que nos levantara de la silla y nos hiciera vibrar con unos ideales. Pero esa batalla ni siquiera se libró. Quien le escribió el discurso final a Rajoy hizo un intento tan ridículo como lamentable, lo que refleja una crisis de identidad tanto de la sociedad española –que quizás ya no tiene altos ideales- como de este partido que no sabe cómo defender la vida, la persona o la familia sin caer en noñerías o perder votos. Es verdad que estas cosas como son los principios y los valores, los ideales y los grandes proyectos, hay que creérselos para poder transmitirlos con la fuerza que convence. Ninguna demagogia barata hubiese sido capaz de siquiera empatar a un buen discurso con “cabeza y corazón”. Aunque ése sea el lema electoral del PP, no ha demostrado, al menos por el momento, que tiene la valentía o la capacidad para articular argumentos que combinen ambos. Aún así, mejor cabeza y buena gestión que falso corazón, mentira, ineptitud y crispación. De momento, 1-0 gana Rajoy. El veredicto Rojo sobre gris queda en espera hasta verse el final de la segunda parte.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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