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Me autoinculpo

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión27-01-2008

“Me autoinculpo”, viene a ser el grito de guerra comunista respecto del drama del aborto en España. En esto, en que es un drama, un mal, algo cuajado de sufrimientos, parece que todo estamos de acuerdo. O casi todos. “Me autoinculpo”, proclama Cayetana Guillén-Cuervo desde las páginas de El Mundo describiendo muy bien lo mal que lo pasa la madre que toma la decisión de abortar: sola, consciente de acabar con la vida de su hijo, consciente de aquello a lo que renuncia, consciente de que es ella la que carga con la decisión y la culpa. Puedo compadecerme tanto como Guillén-Cuervo de las madres. Me pregunto si ella se compadece de los hijos no nacidos, eliminados, suprimidos de la existencia antes de que puedan reír, llorar, compadecerse. Si el aborto es un debate ético y jurídico, no obstante, no valen historias, sentimientos, narraciones. Si queremos una legislación justa y prudente, no debemos legislar con las vísceras y las lágrimas. Eso hacen los dictadores, los genocidas, los egocéntricos que confunden sus emociones con la realidad toda. Si queremos una legislación justa y prudente, deberíamos, desde la compasión y comprensión, esgrimir verdaderos argumentos. Es verdad que el aborto es un mal estructural, del que, muchas veces, la madre no es precisamente la más culpable, sino una víctima más. De los males estructurales de nuestro mundo somos todos responsables. Todos. Por eso, con los comunistas de buen corazón, yo puedo decir: “Me autoinculpo”. Quiero sufrir lo que la madre que aborta sufre, quiero estar a su lado, quiero que si se la condena a ella, nos condenemos todos. Quiero que quien la insulte a ella, me insulte a mí. Quiero estar con esa víctima con rostro que paga todas las culpas de un mal que no tiene rostro. Pero también es verdad que la madre no es la víctima más víctima, ni con la que se comete la mayor injusticia. Me gustaría escuchar a los comunistas decir, también, “yo fui un embrión”. Me gustaría escucharles decir que querrían sufrir lo que sufren los embriones, que querrían estar a su lado, que querrían que, si matan embriones, les mataran a ellos, que dijeran que si matamos embriones, nos matamos todos. Me gustaría escucharles decir que quieren estar con esa víctima que no tiene rostro, ni chilla, ni ríe, ni llora… porque todavía no puede. Y que quieren ser su grito, su risa, su llanto, su rostro. Como co-responsables de la gran familia humana, todos somos, en cierto modo, culpables. Seguramente todos podamos hacer algo y aportar un granito de arena: defender la vida, proteger a las madres y a los niños, acogerlas y acogerlos, colaborar con las organizaciones de apoyo a las mujeres embarazadas, escribir un artículo y recordar, siempre, que estamos con las mujeres... pero también con el hijo que llevan dentro. Como siempre, o como casi siempre, a unos y otros no nos separan tantas cosas. Sobre todo, no nos separan las cosas que amamos o defendemos. Nos separa, mucho más, ver sólo una parte de la realidad y negar o no escuchar la que el otro defiende o ama. Yo me autoinculpo con las madres. Rezo porque los que sólo hacen eso y yo mismo seamos capaces de ponernos, también, del lado del único totalmente inocente, que es, también, el que paga el mayor precio. Una sociedad es digna y justa en la medida en que es capaz de defender al indefenso, de proteger al inocente y afirmarlo como valor y ejemplo. Sólo en un mundo así podremos encontrar ese lugar donde la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach