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COLOMBIA

Vivir en la selva bajo punta de pistola de las FARC

Por J. F. LamataTiempo de lectura3 min
Internacional13-01-2008

Tras la liberación de dos de las secuestradas, las FARC han enviado un comunicado pidiendo la paz y en términos similares se ha manifestado el Gobierno colombiano. Todo eso tendría una valoración positiva si no fuera porque guerrilla y Ejecutivo llevan haciendo este tipo de declaraciones durante el más de medio siglo en que el pueblo colombiano se ha acostumbrado a tener parte de su población presa por las FARC, el ELN u otros grupos paramilitares.

Según cifras de la ONU, en 1998, Colombia era el país con más población secuestrada: 1.121 personas. En la actualidad, nadie tiene claro el número total de rehenes que mantiene la guerrilla en las selvas. Se especula que unas 700, muchas de las cuales llevan lustros secuestradas y otras aún tardarán años en volver a ver la libertad. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) alardean de tratar bien a sus "rehenes" civiles y son muchos los que al ser liberados han elogiado ese buen trato de las milicias. El hecho de que los presos permanezcan al aire libre mejora las condiciones psíquicas que, para un secuestrado, produce el estar en un zulo. No opinan lo mismo los soldados del Ejército secuestrados por las FARC, que llegan a vivir meses enteros atados en árboles. A esto hay que añadir al gran número de población que vive voluntariamente bajo las leyes de las FARC y las considera "sus protectores" en multitud de zonas. Sus secuestrados han sido desde autoridades políticas, como la todavía presa Ingrid Betancourt, hasta eclesiásticas como monseñor Jiménez Carvajal, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano. Esta ha sido la principal moneda de cambio en la que todos los últimos presidentes han intentado negociar. El Gobierno de Belisario Betancourt firmó la Paz de Eme en 1984, con la que se pretendía poner fin a 30 años de violencia, tras muchas críticas como la del jefe del Ejército, "tienen buen número de secuestrados aún", la paz nunca se hizo realidad, por atentados y emboscadas, pero las negociaciones nunca se han roto del todo. Desde entonces, las FARC han obtenido muchos más beneficios con secuestros que con atentados. Las Delicias En agosto de 1996, tropas de las FARC derrotaron por asalto la base del Ejército en Las Delicias y secuestraron a 60 de sus jóvenes soldados. La humillante derrota del Ejército nacional caló hondo en la población, las Madres de las Delicias entraron en las junglas para intentar encontrar a sus hijos y el débil Ejecutivo de Samper pidió negociar a las FARC. El acuerdo se produjo y la guerrilla liberó a los 60 presos tras haber logrado sus objetivos: "A partir de ahora, las FARC podremos hablar más alto", dijeron entonces. Central Hidroeléctrica Anchicaya En 1999, un comando de las FARC tomó por las armas la Central Hidroeléctrica de Anchicaya y capturó a un total de 190 personas. El objetivo de los guerrilleros era lograr que la compañía redefiniera las tarifas para 37 municipios "bajo protección de las FARC". La central transigió y los presos fueron liberados en un nuevo éxito guerrillero. Secuestros de extranjeros Secuestrar a miembros de países occidentales nunca ha sido el objetivo principal de las FARC. En 1998 fue secuestrado un grupo de 29 personas, entre las que se encontraban cuatro estadounidenses: Louise Agustine, Peter Chen, Todd Mark y Tomas Fiore. Aunque las milicias amenazaron con matarlos temiendo que fueran agentes de la CIA, tras comprobar que eran turistas, los soltaron. El caso más trágico de rehenes extranjeros fue el de los también estadounidenses Terence Freitas, de 24 años; Ingrid Washinawatok, de 41; y Laheenea Gay, de 39, que aparecieron torturados y asesinados en marzo de 1998. Las FARC emitieron un comunicado de disculpa en el que reconocían la responsabilidad "de un dirigente descontrolado al que le serían aplicadas las leyes de las FARC", es decir, que fue ejecutado por su brutalidad. Ahora, las FARC vuelven a hablar de paz, no han dejado de hacerlo en los últimos 30 años, los mismos en los que no han dejado de secuestrar.

Fotografía de J. F. Lamata