ANÁLISIS DE DEPORTES
El mejor himno no tiene letra
Por Roberto J. Madrigal3 min
Deportes13-01-2008
Alguien tuvo la brillante idea de ponerle una letra al himno español, al ver a los deportistas mirando a cualquier parte y sin nada que añadir a ponerse la mano en el pecho, como cualquier hijo de vecino de otro país, en el podio de cualquier competición internacional. El problema es que determinadas ideas no deberían pasar más que de eso, de ideas. Pero en la dictadura de lo politicamente correcto, nadie reparó en que no hay manera de que llueva a gusto de todos. Y menos aún en España, ese reino de taifas que, por avatares de la Historia, y desde la época de los Reyes Católicos, acabó siendo un reino y un país unificado. Con mayor o menor cohesión, pero unificado. Y el caso es que el proceso de selección de la letra para el himno español se ha llevado con discreción -si no, el turno de los quisquillosos e insatisfechos habría comenzado mucho antes- y eficacia. Se habían recibido unas miles de propuestas, un comité compuesto por miembros del Comité Olímpico Español y la Sociedad General de Autores (SGAE) las estudió y optó por la que creían más adecuada. Entre los criterios que esa letra trasluce -ensalzar los valores de España y no herir susceptibilidades atávicas-, lo cierto es que no merece tanta saña como se le está dando. Quitando esas cursiladas de los verdes valles y el inmenso mar, y esas palabras rimbombantes, llenas de ideales pero indefinidas en la práctica, como son la paz, la democracia y la libertad, las estrofas del himno son suficientes, sin que venga ningún listillo de tres al cuarto a criticarlas y decir que él las hubiera hecho mejor... aunque no hiciera nada. Que de criticones y bocazas está lleno el país. El problema es que ciertas cosas es mejor no tocarlas, aunque puedan estar mejor. El mejor himno para España ya lo teníamos: sin letra. Cualquier otra cosa supone perder valores que dan cohesión a un país como las guerras, caso de La Marsellesa; las leyendas que subyacen al origen de un país, como el Inno di Mameli italiano, o las instituciones que dan las señas de identidad a la nación, como la monarquía en el God save the Queen del Reino Unido. Una letra nueva, si no cala en los ciudadanos -y no cala algo impuesto, sino lo surgido de la cultura colectiva y anónima-, está condenada al fracaso. Porque yo, además, sigo sin saber qué título tiene el himno de España. ¿Sigue siendo la Marcha Real ? ¿Y qué tiene que ver el origen con esa letra abstracta, políticamente correcta? Me causa cuando menos extrañeza. Y así podríamos seguir. Puestos a hacer crítica, ¿por qué no sería mejor otro himno diferente, nuevo? El problema sería cuál escoger: miles serían adecuados, sin necesidad de poner letras. A fin de cuentas, los falsos debates para llegar a supuestos puntos de acuerdo sobre opiniones en las que nadie va a cambiar llevan a estas pérdidas de tiempo. La que mejor lo explica es la atleta Mayte Martínez: “si es difícil ponerse de acuerdo 30 personas, imagínate cuarenta millones de españoles”. Pues eso; que para estar igual no hacía falta levantar tanta polvareda.