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SIN CONCESIONES

Justicia para McLaren

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión22-10-2007

Supongo que todos ustedes saben quién es Lewis Hamilton. Hablo de ese chavalito de piel morena y cara de no haber roto un plato que este año ha revolucionado la Fórmula 1 con sus caprichos, ambiciones desmedidas y excelente manera de conducir. Una cosa no quita la otra. Pues bien, ese jovenzuelo británico tiene que estar hoy que se sube por las paredes. Hace semanas que se veía vencedor del Mundial de Fórmula 1 y al final ha terminado en el tercer cajón del podio. Una lástima para él que, sin embargo, permite extraer una lección vital de lo más importante. Los atajos, en su múltiple variedad de formas, siempre tienen consecuencias a corto o largo plazo para quienes deciden saltarse el camino correcto. Hamilton, bien sea por su inexperiencia o por su incontenible ansia de ser reconocido como el número uno, ha quebrantado todas las normas escritas en el código de buen compañero. Ha hecho cuanto ha podido para aniquilar deportivamente a su colega de escudería Fernando Alonso. Ha difundido toda clase de bulos con tal de perjudicar a quien mayor competenciale hacía. Incluso ha contribuido a que el equipo saliera damnificado cuando él no obtenía algún rédito personal. Con este currículum humano y profesional, dado que en la vida todo va unido, se ha ganado la animadversión de gran parte de sus competidores en la pista. Ha recibido críticas dentro y fuera de los circuitos. Ha sido tan cuestionado fuera de Gran Bretaña como ensalzado y protegido por sus compatriotas. Hamilton se comportaba como si sólo le importase proclamarse campeón. Siempre se fijó única y exclusivamente en su propio interés personal. Desatendió a su compañero e incluso olvidó lo que más convenía al equipo. Al final, eso ha sido precisamente lo que le ha hecho perder el tan ansiado título de campeón. A cualquier español nos hubiera gustado que venciera Fernando Alonso. Pero el asturiano tampoco se ha comportado como una hermanita de la caridad. Su desesperación le ha hecho explotar dialécticamente en varias ocasiones, hasta el punto de arremeter contra su propia escudería y dejar al descubierto a su jefe de filas. Tenía motivos de sobra para hacerlo. Pero un verdadero campeón se comporta como tal dentro y fuera del coche. Esta es la lección que él y Hamilton deberían aprender. La soberbia, aunque en distinto grado, de ambos pilotos ha servido en bandeja el triunfo a Ferrari. La parcialidad con la que ha actuado Ron Dennis y todo el equipo McLaren ha sido precisamente su condena. Todos los privilegios a Hamilton se han vuelto en su contra aparentemente al azar. Pero el destino no entiende de suerte, sino de justicia. El finlandés Kimi Raikkonen ha sabido pescar en el río revuelto del adversario y, con su trabajo callado, ha alcanzando el éxito que Ferrari merecía. En McLaren deben de estar arrepentidos de sus trampas de espionaje y de haber contribuido a la división entre sus pilotos. Se aplicaron a ellos mismos la máxima del divide y vencerás y, claro, al final acabaron vencidos.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito