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ANÁLISIS DE DEPORTES

De ilusión, entrega y saber perder

Fotografía

Por Roberto J. MadrigalTiempo de lectura4 min
Deportes16-09-2007

Es una pena que los torneos internacionales de baloncesto, al contrario que en el fútbol, se concentren en apenas un mes. Pena porque el espectáculo que se ve y el tirón que tiene ese grupo de amigos que es la selección española no dure más tiempo. Pena bendita, porque acostumbrarse al caviar de las victorias, aunque a los aficionados nos haga más exigentes, viene de la mano de la prudencia –sin perder la ambición–, de saber que la derrota va a llegar algún día. Aunque perder no le gusta a nadie, las virtudes como la entrega, la autocrítica y la deportividad hacen que el trago sea menos amargo. Y que cuando se pasan la decepción y el disgusto del momento, miremos hacia atrás y seamos capaces de felicitarnos por todo lo que hemos conseguido. Así sucedió en el Europeo de España. Rusia fue mejor en la final, supo explotar los puntos débiles del conjunto español, en un mal día de los héroes de Saitama, y no sólo se llevó el título, sino la ovación del Palacio de los Deportes de Madrid. Los saludos y la amistad entre los rivales –en tanto que no corran los 24 segundos–, la camaradería y las bromas entre las aficiones, a pesar de algún pequeño incidente, son parte del valor añadido que nos hace estar orgullosos, con buen motivo, a quienes amamos el baloncesto. Pero casi todos los aficionados tienen, además, un agudo sentido de la crítica. Y aunque casi tanto como en el fútbol, a cualquiera le gusta hacer de analista y entrenador siempre que el juego discorda en algún punto con cada opinión, los argumentos tienen un punto de tecnificación que, al margen del acierto, pone en su lugar a la pasión. Los halagos que merece el combinado español son conocidos. Por eso, aun con la ventaja de que es más fácil hablar cuando todo ha pasado, también es el momento de apuntar aquello que tal vez se pudo haber hecho mejor y ser todavía mejores en 2008, en los Juegos Olímpicos de Pekín. El primer apunte fue que –por unas u otras circunstancias–, en ocasiones a España le costó leer y ajustarse a la dinámica de los partidos: momentos de relajación en defensa, algunas dificultades para ejecutar defensas individuales y cerrar el rebote defensivo. Aspectos de los que, a buen seguro, Pepu Hernández y sus ayudantes tomarán buena nota. El segundo detalle, para mí, fue que España apenas sí pudo sorprender a los rivales con los que ya se había cruzado en la segunda fase: tanto Panagiotis Yiannakis como David Blatt supieron subsanar errores y llevar a España a jugar a un ritmo lento, haciendo trabajar al máximo cada ataque: distinto, en fin, de la dinámica alegre de defender y correr al contraataque que fue santo y seña en la preparación y en las liguillas. Ahí salió a relucir un defecto que puede ser grave: la dificultad que ha tenido España para jugar los finales apretados, en los que se han acumulado muchos errores –y aun así, perder por sólo un punto: si con eso y con todo se puede mejorar, no es para ser tan pesimistas–. La falta de aportación de algunos hombres ha dejado claro que aunque, con la mejor intención y todo el conocimiento, apostar por los mismos hombres que en el Mundial de Japón, como ha hecho el bueno de Pepu, ha sido un error. Aunque ha aportado mucho, era lógico, Jorge Garbajosa no ha estado a su mejor nivel; tampoco Sergio Rodríguez, sin el temple necesario para dulcificar su estilo eléctrico, lo que ha hecho que muchos nos acordáramos de Raúl López y sus rodillas de cristal. Pequeñas máculas, no obstante, para un grupo que ha conseguido ilusionarnos a todos, animarlos a una, sufrir con sus penas… en fin, que sean como nuestro hermano o nuestro hijo. Por eso la final del Eurobasket fue el partido con más espectadores de toda la historia en España. Por eso no importa perder: habrá nuevos retos, nuevas oportunidades, nuevos desafíos. Porque sin haber ganado nunca un Europeo, España no se baja del podio. Porque los nuestros estarán preparados y darán lo mejor de sí mismos. Porque su ejemplo cunde y, aunque no fuera una revancha como tal, los hombres del voleibol devolvieron la moneda y consiguieron su primer gran triunfo en Moscú. Qué poco hace falta para ser felices y qué fácil es compartir y contagiarlo.

Fotografía de Roberto J. Madrigal