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SER UNIVERSITARIO

Nombres-norma

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión25-06-2007

Facturamos temprano y llegamos al control de aduanas cuando aún no había nadie. Nos colamos por un lateral de la cinta para evitar un interminable zigzag de cientos de metros y dejar nuestro paseo en apenas 15. "Deben entrar por la cinta", protesta el aduanero. "¿Por qué?", pregunta una pasajera. "Porque todos los anteriores lo han hecho, y no es justo que ustedes no lo hagan". ¿Qué concepto de justicia tendrá este guardián de la ley? Gracias a Dios, los policías no son aún a un tiempo jueces y ejecutores -como se planteó en la película Juez Dred-. No obstante, deberían ser capaces de aplicar el sentido común a las normas para no convertir la legislación en un absurdo. Otro ejemplo: el control de acceso a un parking de plazas muy limitadas. El guardia, siguiendo la norma al pie de la letra, empieza a derivar a los coches a otro parking cercano para no saturar el primero. Llega una embarazada de seis meses: "¿Me permite pasar? Es que me resulta muy incómodo andar tanto y sólo voy a estar 30 minutos y me marcho". "Es que está casi lleno, no puedo dejarla pasar", fue la respuesta. Podría ponerles más casos, algunos ya documentados, como el del amigo que se quedó en tierra porque el conductor de autobús se negó a darle el cambio de 10 euros. Sócrates ponía en tremendos aprietos a sus conciudadanos cuando les pedía, irónicamente, que le iluminaran respecto de su profesión. Al sacerdote le preguntaba "¿qué es la piedad?". Al guerrero, "¿qué es el valor?". A los jueces, "¿qué es la justicia?". Sin duda, sonrojaba a sus interrogados, pues todos sufrían graves aprietos para definir los conceptos fundamentales de su propia profesión. Ésta y otras gamberradas le valieron un mote equivalente a nuestra mosca cojonera y le granjearon no pocas enemistades que tal vez le costaron la vida en el momento decisivo del injusto juicio a su persona. Algo parecido sucede a quienes se empeñan en razonar con agentes de la autoridad respecto de la aplicación de criterios absurdos a los ojos del más sencillo sentido común. Es evidente que un teórico, un científico, un investigador o un directivo o alto mando, debe ser capaz de definir los valores y criterios de su ámbito de trabajo. Pero también es cierto que no es estrictamente necesario saber definir una virtud para poseerla. Un sacerdote puede ser formado en la piedad e incluso ejercerla con sencillez sin necesidad de definirla. El buen soldado distingue en cada caso si una acción será valerosa o temeraria sin debatir previamente los conceptos. Un niño sabe si ha sufrido injusticia o no antes incluso de conocer la palabra. Basta con que todos ellos tengan experiencias de justicia e injusticia, de ejercer o recibir piedad y de haber asumido las consecuencias de cierta valentía o temeridad. Después, mediante sencillas analogías, uno es capaz de afrontar situaciones nuevas partir de las antiguas. Si Sócrates no tenía razón y el hombre puede ser justo sin necesidad de saber definir con precisión qué sea la justicia, ¿Por qué el reproche del aduanero, la frialdad del guarda del parking, la inhumanidad del conductor de autobus? Sencillamente: porque el otro les importa un bledo. Porque si Sócrates es ajusticiado injustamente, les da igual. Porque ellos a su trabajo, y cualquier otra cosa, por mínima y razonable que sea, es un riesgo que no están dispuestos a correr. Pero no saben que toda relación humana auténtica supone un riesgo. Supone libertad. Supone capacidad de error. Supone capacidad de perdón. Pero ni de perdón, ni de amor, ni de riesgo, ni de libertad saben estos hombres-norma, quizá faltos de inteligencia; seguro, faltos de corazón.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach