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SER UNIVERSITARIO

Volver a brindar con las estrellas

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura4 min
Opinión03-06-2007

Cuántas veces la palabra soñada tras un sesudo pensamiento muere al poco de ser pronunciada. Son otras, que tal vez se escaparon sin querer, la que tienden puentes indestructibles. ¡Pobre profesor que prepara detenidamente la lección! ¡Pobre enamorado que medita sus palabras durante horas! O, tal vez, no tan pobres, y no sea azar, sino amorosa Providencia, la que rige el destino de nuestras acciones con más acierto del que seríamos capaces nosotros. Cuántos artículos habré trabajado durante horas que ya nadie, ni yo mismo, recuerdo. Otros, tal vez inspirados, y ciertamente improvisados al filo del cierre, me persiguen aún al pasar de los años. Así ocurrió con las Cincuenta primeras citas, al hilo de una película que jamás llegué a ver. Y ocurre, año tras año, con Brindar con las estrellas, un alegato al botellón bien entendido, esa ciencia y arte tan antiguas como los toros y que aún esperan su particular Cossío. Año tras año, decía, me piden el “Brindar con las estrellas” y una charla, en la noche de un curso de verano, en la que expliqué porqué “una copa no es lo mismo que una copa”. O porqué los pasados botellones no sonm lo mismo que los actuales macrobotellones. Brindar con las estrellas es lo que Manolo, otros amigos y yo hacíamos en los veranos -e inviernos- en la madrileña plaza de Tribunal, donde, lejos de juzgar a nadie, soñábamos con las mujeres por conocer y con el futuro para el que estudiábamos entre semana. También recordábamos -volvíamos a pasar por el corazón- tantos tiempos perdidos en la amistad, en el mus, en los dibujos esbozados sobre el pupitre al son de lecciones no tan magistrales, en los relatos cortos y las conversaciones largas, en las canchas de baloncesto, en las barras de bar, en las pistas de baile. Pero, sobre todo, brindábamos por el presente, por estar vivos: pues cuando uno tiene un hermoso pasado y un futuro prometedor, no hay mayor alegría que la de sentirse vivo. El aire libre de ruidos y humos parecía un paraíso. La copa, algo con lo que brindar. El alcohol, una excusa. A veces, un poema existencial inauguraba con gente desconocida una conversación cuyo final era más incierto que cualquier aventura de Spielberg (pues ya sabemos que Indiana, al final, nunca queda en ridículo): “Soy hombre: duro poco / y es enorme la noche. / Pero miro hacia arriba: / las estrellas escriben. / Sin entender comprendo: / también soy escritura / y en este mismo instante / alguien me deletrea”. Octavio Paz. El botellón era “lo mejor”; pero la corrupción de lo mejor es, sin duda, lo peor. Y lo peor es en lo que se han convertido muchos botellones, esos que nos muestran los siempre apocalípticos medios de comunicación (bajo ese prejuicio insensible de que “si no es terrible, no es noticia”). El botellón hoy es una huída, un absurdo, una provocación sin sentido, un “me enfado y no respiro” de muchos jóvenes tan desorientados que no saben sino repetir tres argumentos estúpidos que les parecen verdades absolutas. Si es verdad que vivimos en sociedad, su problema es el nuestro. No por el “coste social”. Sino porque debemos preguntarnos qué mundo les ofrecemos. Qué mundo construimos para que nuestros jóvenes -generosos, fuertes y luchadores casi por imperativo biológico-, no quieran saber nada de él. No recuerden en su biografía personal ni en su historia reciente nada por lo que brindar; no sueñen en un futuro por el que luchar; y no brinden por saberse vivos, sino para olvidar que no lo están. Si nos preocupan los jóvenes, pidámosles a los medios de comunicación que sean testigos de un mundo por el que luchar. Pidámosles a los intelectuales del cine español que dejen de parodiar las miserias humanas e inviertan su tiempo y subvenciones en mostrarnos la grandeza del hombre. Exijamos a nuestros políticos que dejen de prohibir cuestiones menores y empiecen a proponer un horizonte de vida bueno y noble. Querido lector, en lugar de denunciar a los jóvenes, ¡pensemos qué hacemos nosotros por ellos! Yo le prometo llevarme esta pregunta de copas. Y llevársela a los jóvenes. Y decirles, si quiere de su parte, cuánto hemos conseguido, cuánto bueno hemos conservado y cuánto esperamos de ellos. No pensaré mucho las palabras, pues después de tanto artículo ya aprendí que el secreto no está en el discurso sesudo sino en la convicción, en la perseverancia, en el estar siempre ahí y en el decirle, aunque sea sin palabras, a la persona que tienes delante que puede, de verdad, contar contigo.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach