ANÁLISIS DE DEPORTES
Proscripción o prescripción
Por Roberto J. Madrigal3 min
Deportes27-05-2007
Después de 11 años -que ya es bastante tiempo-, sorprende que los corredores del antiguo Telekom, actual T-Mobile, hayan confesado que se doparon en el Tour de Francia de 1996, en el que el danés Bjarne Riis, ahora director del CSC, y el alemán Jan Ullrich destronaron, primero y segundo, al pentacampeón Miguel Indurain. No hay duda de que Riis, en su actual cargo, queda bajo la sombra de la sospecha. Pero lo que más sorprende es que haya tenido el valor de hablar también el único de aquellos corredores que sigue en activo, el sprinter Erik Zabel. Sorprende porque Zabel es un tipo que se ha labrado en su carrera una reputación de corredor honesto y caballero, y no muchos pueden decir lo mismo. Sorprende porque a Zabel, en un gesto de le honra, se le cayera la cara de vergüenza y llorase; sólo se ve cuando alguien anuncia su retirada. Esa actitud no sorprende porque en su carrera, Zabel nunca fue un coleccionador de triunfos: aunque atesoró numerosas victorias, en ocasiones tuvo que hincar la rodilla contra rivales como los italianos Mario Cipollini y Alessandro Petacchi. Por eso no parece una ofensa que su actual equipo, el Milram, haya decidido no suspenderlo. El problema es que estas confesiones no sirven de mucho para encontrar solución al dopaje. La trampa sigue yendo por delante de la ley, y aunque la industria de la oxigenación sanguínea haya desaparecido a gran escala -es decir, bajo el paraguas de los equipos-, hay pistas más o menos nítidas de que la persecución no ha acabado con el problema, sino que lo han llevado al limbo de las redes paralelas, bajo la responsabilidad del corredor que decida incumplir los códigos éticos. Tampoco sirve para suavizar el enfrentamiento entre los organizadores de las grandes vueltas y la Unión Ciclista Internacional (UCI), ni para poner un plazo en el que dar carpetazo a casos de dopaje que pudieron ser ciertos, pero que a ciertas alturas ya no viene al caso seguir aireando. Como cualquier delito que, feliz o infelizmente, prescribe. Sigue faltando un camino para apaciguar a un deporte convulso. Pero cierto es que nadie consigue -conseguimos- dar con una alternativa adecuada. Así que no quedará otra que seguir esperando. Ahora bien, si cualquier otro delito tiene un plazo de prescripción -es decir, que la acción penal pierde efecto-, aunque en ocasiones no sea justo, sería bueno al menos establecer una medida similar en el capítulo ciclista. Levantar más trapos sucios del pasado no tiene mucho sentido si la cuestión se acaba remontando, por poner un ejemplo exagerado, a la muerte de Tom Simpson en el Mont Ventoux en 1967. Un plazo de diez o quince años sería más que razonable. Y tampoco vendría de más tener, asimismo, algo de mano izquierda con aquellos que aceptan colaborar con la Justicia. Al ser considerados delincuentes, proscritos, y atenerse a castigos más que severos, no se fomenta la valentía de aquellos que quieren colaborar a denunciar sus casos. Con el suficiente cuidado para analizar detenidamente cada caso, ambas son medidas que pueden contribuir a apaciguar el ambiente enrarecido que sigue padeciendo un espectáculo tan duro y tan hermoso como es el ciclismo.