SER UNIVERSITARIO
De qué hablan los periodistas
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión11-02-2007
El mito del objetivismo que inspira al periodismo de los últimos 50 años convierte al profesional de la información en un mero técnico; a su producto informativo, en basura; y su labor profesional, en el mayor enemigo del hombre en una sociedad avanzada. Muchos periodistas se creen inteligentes y equilibrados bajo el criterio del objetivismo, sin darse cuenta de que son hijos acríticos de un tiempo y una cultura que desconocen y que falsea su propia labor profesional hasta convertirla en algo inhumano. Vamos por partes. Si la información que transmite el periodista ha de ser “puramente objetiva”, su dimensión personal sobra, molesta, estorba e, incluso, diríamos que debe ser erradicada. Mejor sería que un técnico -mejor aún, una máquina- elaborara asépticamente los contenidos, pues todo lo que de humano tiene el periodista, debe ser desechado. ¡Cuántos profesionales de la información nos venden que el periodista es “invisible”, que la noticia es “anónima”! Y cuántos pobres estudiantes se lo creen y se van a casa pensando: en mi trabajo, para hacerlo bien, tengo que ser “nadie”. “Tu noticia de hoy envuelve el pescado de mañana”, es otro tópico del mundo periodístico. Evidentemente, una información conscientemente deshumanizada, como se nos plantea que debemos elaborar, será basura no ya un día después, sino en el momento mismo de ser concebida. Muchos periodistas asumen lo efímero -lo insustancial- de su trabajo con ojos emocionados de héroe griego. Como si en ese absurdo encontraran algo valioso. Como si en el hombre no estuviera llamado a nada más que acciones efímeras cuyo sentido -de tenerlo- desparece al instante, enterrado por muchas otras acciones igual de insustanciales que la anterior. Bajo el prisma de este objetivismo, y como una especie de explosión para dar salida a lo que del hombre no cabe en los datos, los hijos del objetivismo dijeron: “Los hechos son sagrados; las opiniones, libres”. Esta afirmación, que viene a decir que más allá de los datos, todo es subjetivo, opinable o aceptable, abre las puertas al relativismo y la superficialidad que hoy imperan en los medios de comunicación. Muchos objetivistas se quejan ahora de lo que ocurre en los programas del corazón, y son incapaces de ver que lo que allí sucede es culpa de ellos: ellos dijeron que sobre la libertad, la conciencia, la ética y la moralidad nada “objetivo” se podía decir. Luego, sobre todos esos ámbitos, todo vale. Así contribuye el objetivismo a disolver la cultura en meras opiniones de opiniones, donde las declaraciones de un transeúnte, un ministro y un terrorista tienen el mismo peso y valor, mientras que la realidad de la que hablen nadie se molestará en contrastarla. El afán de una objetividad que reduce al hombre a meros datos descriptivos anula todo lo que de humano tiene el hombre, empezando por lo más radicalmente humano: el porqué de sus acciones libres, es decir, su dimensión ética. De forma que el objetivismo implica, sobre todo, renunciar al periodismo de compromiso. Significa olvidar el compromiso con la verdad del hombre -que siempre es mucho más que meros datos-; significa olvidar el compromiso con el papel del periodista en la historia, quien debería intentar escribir páginas inmortales capaces de cambiar el mundo; y significa, en última instancia, renunciar al compromiso con la cultura, ese espacio de encuentro que hace posible las relaciones humanas pero que, estando tan envenenado, no puede sino emponzoñar todas las relaciones allí se den. ¿De qué hablan los periodistas? De nada memorable. Ya va siendo hora de cambiar las cosas.