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SER UNIVERSITARIO

La sacrosanta democracia

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión04-12-2006

La democracia es un sistema político para organizar la convivencia. Me atrevería a decir que, en manos de una sociedad madura, es sin duda el mejor posible. Ahora bien: la democracia no es, por sí misma, ni un ideal de vida, ni un valor universal, ni la misión de un pueblo, ni la palabra mágica para justificar un sinnúmero de barbaridades. El problema de relegar los valores, la moral y la religión al ámbito de “lo privado” -como pretenden los laicistas- es que en “lo público” apenas nos quedan ideales serios y, para mantener al pueblo unido, hay que inventárselos. El laicismo es una estrategia más del diseño social inventado por el socialismo-marxista que busca reducir la naturaleza humana al materialismo más burdo. Una estrategia que, junto con la educación, la destrucción de la familia y la re-invención del pasado histórico, pretende debilitar todos los lazos fuertes de las personas para reducirlas a una masa fácil de movilizar según los intereses del todopoderoso Estado. Quítale al hombre el amor a su patria y a su historia; impide a los niños que forjen su estima y seguridad en el seno de una familia estable; adoctrina a los estudiantes en ideologías que inventen la realidad; anula la idea de un Dios o valor trascendente por el que dar la vida… ¿Qué te queda? Un hombre inseguro de sí y de los demás; sin pasado ni futuro; sin ideales por los que vivir y morir; adorador del anodino día a día, eco del dios-naturaleza representado en ciclo eterno de las estaciones del año; vinculado con otros hombres por una realidad difusa, sin sentido ni destino, llamada “Estado de bienestar” o “Estado de derecho” o “Democracia”. Un hombre-masa cerrado sobre sí mismo. Un infrahombre. Sacar a la familia, a la historia, a la realidad y a Dios de la vida pública nos deja solos, cara a cara, con una idea hueca de democracia. Una idea que, además, por única, se convierte en el “nuevo Dios” del laicismo. Vemos políticos a quienes les brillan los ojos cuando hablan del valor universal de la democracia y, sin embargo, mudan el gesto y hacen muy subjetivo el papel de las víctimas del terrorismo. Para ellos, es moral lo aprobado en un parlamento democrático; como es inmoral todo lo demás. Igualan moral y Estado. Ese es el principio de todos los regímenes totalitarios, aunque en ellos se vote cada cuatro años. Porque la libertad no está en votar más o menos veces, sino en tener garantizados ciertos derechos y libertades. Cuando nos imponen una moral pública, una educación para la ciudadanía contra la que no es posible la objeción de conciencia, cuando marginan todo lo demás al “ámbito de lo privado”, ya sabemos quienes nos hablan: adoradores de un nuevo Dios sin rostro, sin nombre propio, sin capacidad de amar, sin posibilidad de pensar en cada hombre.; nos hablan tiranos vestidos de pana; nos hablan lobos con piel de cordero.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

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Plumilla, fotero, coach