Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

SIN ESPINAS

El gran silencio

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura2 min
Opinión03-12-2006

En 1984 el director de cine alemán Philip Groening pidió a la orden de los cartujos rodar una película sobre ellos en su monasterio La Grande Chartreuse. Le dijeron que era demasiado pronto y que había que esperar. Dieciséis años después, recibió una llamada: ya estaban preparados. Con estos rótulos terminan los ciento setenta minutos más silenciosos de la historia del celuloide desde que el cine mudo pasó a mejor vida. Un silencio sólo roto por los cantos de los monjes y los sonidos de la naturaleza. En la película no pasa nada y pasa todo, pasa la vida de estas personas. Pero sobre todo muestra un presente, el presente eterno de Dios. El tiempo cobra otra dimensión, por eso el director asegura que “en el momento que obtuve el permiso, releí el texto que tenía escrito desde hace tantos años y me di cuenta de que no había que cambiarlo”. Casi dos décadas después, la idea original permanecía intacta. Casi 3 horas de mutismo absoluto en una sala oscura dan para reflexionar sobre la gran diferencia entre la vida de esos monjes y la de los espectadores urbanitas. Desde el principio de la cinta, los planos eternos te cambian la mirada, te piden calma y paciencia para que, por un tiempo, puedas intuir el ritmo de vida que permite a los cartujos acercarse a su Creador. ”Cuando Dios nos mira ve toda nuestra vida”, dice uno de los Padres en las contadas ocasiones en las que se les oye hablar. Pasan los meses, las estaciones y los salmos, los cánticos y las oraciones se repiten. Es Dios y sólo Él quien hace todas las cosas nuevas en la vida de estos hombres. “La contemplación es como una nueva visión de lo mismo, de igual forma que una misma oración irá cambiando de significado, teniendo un significado más profundo…”. El espectacular paisaje de los Alpes franceses donde descansa este imponente monasterio, las celdas donde rezan, comen y hacen la mayor parte de su vida estos monjes; sus rostros, su entrega en el trabajo comunitario, todo dispone las condiciones necesarias para poder escuchar el susurro de Dios. Un susurro vivo que no se pronuncia con labios humanos y que tampoco se disipa ni se desvanece. Simplemente está ahí. Las tres horas de silencio dentro del monasterio se convierten en una experiencia que trasciende el mero hecho de haber ido al cine. Pues un día más tarde, resuena el eco sordo del tiempo que, gracias a Groening, hemos podido pasar con Él y con ellos. Sin embargo, me temo que muchos no podrán soportar la ausencia de ruido estando despiertos. Esa ausencia que deja en cueros el vacío espiritual que vive nuestra sociedad. Como asegura un monje que agradece a Dios haberse “vuelto” ciego: “un mundo que aleja el pensamiento de Dios ya no tiene razón para vivir”.

Fotografía de Javier de la Rosa