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ROJO SOBRE GRIS

Copying Beethoven

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura2 min
Opinión19-11-2006

A quienes les gusta, les encanta; y a quienes no les encanta quizás les deja indiferentes. Quienes esperen una película sobre Beethoven no verán satisfechas sus expectativas porque no es un film sobre el músico. Merece la pena verla y pensarla. Copying Beethoven es una película aparentemente sencilla, pero de entrañas complejas, y ahí está su gran virtud: grandes cuestiones como la inspiración, el silencio interior, la vocación, la genialidad, la honestidad del artista, el arte y su relación con el hombre y Dios quedan tan al desnudo que en una primera instancia puede resultar una película insignificante por su simplicidad formal. Tan es así, que resulta difícil y hasta produce cierto pudor hablar sobre ella, como si una palabra en falso pudiera dar una imagen equivocada del equilibrio frágil y perfecto de algo sagrado, y privarle al lector de la maravilla de su experiencia. Hay una invitación a la trascendencia en esta película que aborda la obra de arte como el resultado de una relación de Dios con el hombre en la que Dios pone el talento y la inquietud, y el hombre la disposición y el esfuerzo. El tamaño del talento o el tamaño de la obra resultante son indiferentes. Lo que las hace verdaderamente hermosas y sublimes es su obediencia a esa verdad que reside en el corazón del hombre, una verdad que a medida que se va descubriendo, va revelándole también a uno su misión en el mundo, que no puede entenderse sino orientada a ser un generoso instrumento al servicio de los demás. La honestidad del artista radicaría en la humildad de aceptarse como instrumento de Dios al servicio de los hombres, sin la soberbia de sentirse creador, sino responsable de hacer visible la maravilla de lo creado y de su Creador. Una vocación prostituída sería aquella en la que el artista acabara buscándose a sí mismo, creyéndose meritorio del talento recibido, y conformándose con poner sus capacidades a fructificar en una obra que le proporcione el gusto de ser querido y admirado. El gran protagonista de esta película es un personaje sin nombre y sin rostro: ese algo que hace posible que dos personas con apenas nada en común, procedentes de dos mundos diferentes, logren una comunicación íntima y profunda sin siquiera tocarse físicamente y en apenas unos días. Diría yo que el protagonista de esta película es la verdad, una verdad cuyo descubrimiento se percibe hasta físicamente. Beethoven es depositario de un talento para escribirla en lenguaje musical. Su copista, Ana, es capaz de descubrir la verdad que apunta su maestro. Ciertamente, toda obra de arte sublime se actualiza y plenifica cada vez que un hombre, a través de ella, experimenta un encuentro con esa verdad que transforma la propia existencia. Rojo sobre Gris a Agnieszka Holland, esta directora polaca, arriesgada y valiente que no teme hablar de la verdad con todas sus consecuencias, aunque acabe ignorada en algún que otro festival.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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