SIN CONCESIONES
La verdad de las urnas
Por Pablo A. Iglesias3 min
Opinión18-06-2006
Uno de los problemas de la democracia es que los ciudadanos sólo hablan cada cuatro o cinco años. Entre una y otra cita con las urnas, pasan casi 1.500 días en los que todo el protagonismo recae única y exclusivamente sobre los políticos. He aquí el origen de muchísimos problemas: los triunfadores olvidan de inmediato la confianza depositada, se adueñan de la soberanía nacional, convierten una legislatura democrática en cuatro años de dictadura, obran por intereses partidistas y obvian el bien común. En ocasiones, como con el estatuto catalán, las elecciones son necesarias e imprescindibles tanto por los requisitos legales como por la trascendencia de la norma a debate. Los comicios miden el grado de satisfacción de los ciudadanos con la acción de gobierno de aquellos que eligieron en las urnas. Pero, sobre todo, ponen a cada uno en su sitio. El referéndum catalán ha puesto de manifiesto que el nuevo estatuto se ha redactado de espaldas a los ciudadanos. Cuando los políticos han dado la palabra a los electores, el mensaje ha sido rotundo, en todos los sentidos. La escasa participación -muy previsible- es el dato más relevante. La primera conclusión resulta evidente: fracaso de quienes impulsaron el estatuto. Es decir, fracaso total de Maragall, Carod-Rovira, Zapatero y Mas. Otro dato relevante es el 73 por ciento de personas que, entre los pocos que han votado, han aprobado el estatuto. Segunda conclusión: fracaso de quienes reclamaban el no al estatuto. Es decir, fracaso de Carod-Rovira, Rajoy, Piqué y Acebes. El comportamiento esquizofrénico de Esquerra Republicana ha provocado que sus propios votantes no supiesen que hacer. Así, unos votaron en contra, algunos a favor, y la gran mayoría se abstuvo. La única realidad del 18-J es que los catalanes dieron la espalda a los políticos de la misma manera que los políticos habían dado la espalda a los ciudadanos durante los casi tres años de negociación del estatuto. El resultado del referéndum es malo para todos. Para Maragall, que prometió la reforma. Para Carod-Rovira, que primero la aprobó y ahora ha acabado oponiéndose a ella. Para Artur Mas, que pataleó como un niño pequeño hasta que Zapatero le garantizó que sería el próximo presidente de la Generalitat. Y malo también para Rajoy, que irresponsablemente ha sembrado división en su intento de defender principios fundamentales como la igualdad y la cohesión. De este reparto de culpas no se libra en absoluto el presidente del Gobierno. Este lio ni siquiera habría ocurrido si Zapatero hubiese actuado con responsabilidad. Fue él quien, en plena precampaña de las elecciones generales, prometió que aprobaría cualquier estatuto que saliese aprobado del Parlamento de Barcelona. Luego, para sorpresa suya, llegó a La Moncloa y aquel brindis al sol se convirtió en una pesada losa a sus espaldas. Zapatero rescató de la muerte un estatuto repleto de tonterías cuando parecía abocado al fracaso. Hasta dos veces se reunió en público con Artur Mas para impulsar un proyecto que sólo generaba dolores de cabeza al PSOE, al Gobierno y a toda España. Zapatero ha defendido el estatuto de tal manera que hasta en la noche de su aprobación quiso presumir de su imprescindible colaboración para que saliera adelante. Mientras tanto, los ciudadanos miraban hacia otro lado porque ni les interesaba el nuevo estatuto ni les interesa. Cuando los políticos les dan la espalda, ellos responden de la misma manera. Así, gobernantes y ciudadanos caminan por senderos opuestos. En cierto modo, la situación recuerda a los años en que el ex presidente José María Aznar actuaba a su antojo sin importarle lo que opinase la calle. A veces da la sensación de que Zapatero sigue el mismo destino. No ha cerrado el problema del estatuto catalán y ya anda metido en otro todavía mayor como la negociación con la organización terrorista ETA. Todos sabemos como acabó Aznar cuando inició el camino de la soledad. Tenía mayoría absoluta en el Congreso pero eran minoría los que le secundaban fuera. Cuando se dio cuenta, cuando llegaron las elecciones, era demasiado tarde.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito