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SIN ESPINAS

El espejismo estatutario

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura3 min
Opinión18-06-2006

Los resultados del referéndum sobre el Estatuto de Cataluña han vuelto a reflejar la inmensa brecha que existe entre los intereses de la clase política española y sus ciudadanos. A los primeros sólo les importa ganar y acumular cuotas de poder y a los segundos que les resuelvan los verdaderos problemas que hacen su vida diaria más injusta y difícil. La desproporcionada abstención de la ciudadanía catalana -más del 50%- ante un plebiscito que sus políticos había calificado de “histórico” demuestra que quienes han promovido de uno y otro lado esta reforma estatutaria han hecho perder tiempo y energías a todos los españoles -empezando por los catalanes-. Un tiempo y un esfuerzo que le ha costado no se sabe cuánto al bien común y a la justicia social. Dos años de discusiones vanas sobre un tema más que secundario en la escala de problemas prioritarios a resolver. Dos años de dinero invertido en campañas publicitarias y propagandísticas, de ríos de tinta, de horas de radio y televisión que podían haberse invertido en pensar, discutir y construir sobre problemas que urge resolver en nuestra sociedad. Dos años en los que no se ha hablado de España, de sus verdaderos problemas, incluidos los que existen en Cataluña. En definitiva, dos años hablando de un tema que por lo visto no le interesa ni a los propios catalanes. Pero eso, los dirigentes de este país a los que les encanta mirar las encuestas ya lo sabían. Maragall lo conocía porque varios estudios solventes reflejaron que a los catalanes esto del estatuto se la traía ampliamente al pairo. Lo sabía Zapatero porque el CIS nunca colocó las reformas estatutarias entre las preocupaciones de los españoles, no así como la inseguridad ciudadana, la inmigración o la vivienda. De esto estaba al tanto el gobierno pero también la oposición que sin embargo, no ha dejado de hacer argumento -para el enfrentamiento político y electoralista- la cuestión catalana. Tal vez la mejor defensa de la unidad de España hubiera sido no darle tanta importancia a algo que objetivamente no lo tiene. Fracaso de Maragall, fracaso de Piqué, fracaso de Rajoy y sobre todo, fracaso del máximo responsable y patrocinador de todo esto: José Luis Rodríguez Zapatero. Alguien cuya visión política está absolutamente divorciada de la realidad y que alentó con su promesa electoralista: “aprobaré el estatuto que salga del parlamento de Cataluña”; todo este fiasco político. Fracaso de los medios de comunicación que han servido de altavoz y escenario de este sainete; y que han fomentado la confusión, el enfrentamiento y el hartazgo entre los españoles. De los partidos ultranacionalistas y separatistas mejor no decir más que su anacrónico discurso tiene las patas muy cortas y el sólo recorrido circunstancial que le ofrezca la coyuntura de la crispación y la mediocridad creada por los decrépitos partidos mayoritarios de este país. Si los dirigentes de estos se recuperan de su tibieza, personajes como Carod-Rovira y Puigcercós serán a la historia política de España como Yola Berrocal y el Padre Apeles a la historia de los rumores de la prensa del corazón. Ningún partido podrá arrogarse la victoria con este elevado índice de abstención, aunque todos los que defendieron el no lo harán suyo. También los ciudadanos hemos perdido porque no logramos darnos cuenta de que la participación política es una responsabilidad para exigir que nos representen hombres y mujeres con dos dedos de frente y un mínimo grado de honestidad y preparación personal. La abstención señala justo lo contrario una indiferencia culpable e irresponsable. Pero por lo menos podemos tomar nota de una evidencia: las guerras de los políticos que nos representan hoy no nos interesan porque no resolverán nuestras vidas. Es más, los espejismos que nos construyen sólo nos encresparán más y nos harán perder el tiempo.

Fotografía de Javier de la Rosa