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SIN ESPINAS

Año tercero después del Código

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura3 min
Opinión11-06-2006

Lo sé, han corrido ríos de tinta… y leer u oír hablar del tema puede resultar para algunos, al menos cansino. He leído bastante sobre este libro de Dan Brown, he escuchado mucho y he visto cientos de reacciones ante el fenómeno social y mediático que este escrito ha provocado. Ahora, cuando el globo empieza a desinflarse me gustaría plantear algunas conclusiones que creo que se pueden extraer de lo acontecido. Primero, lo ocurrido con este libro demuestra que 2.000 años después de su nacimiento, Jesucristo sigue siendo indiscutiblemente la figura más atractiva y controvertida de la Historia, hasta el punto de no dejar a nadie indiferente. De hecho, la verdadera pregunta sobre el éxito de Brown debería responder a que una de las claves es que el libro versa sobre la figura de Cristo, aquel que se presenta ante los hombres como Dios hecho hombre, como “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Segundo, a pesar de ser permanentemente denostada, tergiversada y manipulada, ha quedado demostrado que la palabra en general y la escrita en particular sigue teniendo un poder y una influencia que escapa en muchas ocasiones al propio autor o emisor de las mismas. Sinceramente no creo que Dan Brown, a pesar de todas las técnicas de marketing que ha utilizado para lanzar su best seller, pensara que iba a tener esta repercusión. Recordemos que ha vendido 60 millones de libros en todo el mundo, 2 millones en España. Tercero, que el libro se propagase como la pólvora y fuera consumido en masa tiene varias explicaciones. Decimos, que el tema central y los ingredientes son claves para su éxito comercial (el morbo de una supuesta relación sexual entre Jesús y María Magdalena, la presencia en la trama de secretos oscuros, de ritos ocultos, la presencia de grupos influyentes en todo el planeta y de sectas legendarias, etc.). Sin embargo, para el que escribe, lo único que Dan Brown ha dejado al descubierto era un secreto a voces. Que Occidente ha muerto, que sus gentes gozan de una ignorancia supina y que la situación de incultura que vive la mayoría de la población de esta llamada “civilización occidental” permite que cualquiera que se empeñe un poco, pueda “dársela con queso”. Hoy más que nunca vale aquello de que “en el país de los ciegos, el tuerto es el rey”. A estas alturas, perder el tiempo en desacreditar una por una las barbaridades lógicas e históricas expuestas por Brown en su libro es absurdo. Ya hay quienes en un trabajo muy digno y beneficioso para el gran público se han encargado de hacerlo. Como digo se trata pues, del momento de la autocrítica a aquellos, que sean cristianos o no, hemos demostrado de manera flagrante un desconocimiento total o parcial de nuestras raíces culturales y religiosas; lo que ha permitido que un vendedor de pociones “milagrosas” nos haya vendido al por mayor su cuento y se haya forrado a nuestra costa. Evidentemente no todo el mundo cayó en su trampa, un porcentaje mínimo de la población todavía sabe de donde viene y adonde va. Son estos los que han puesto el grito en el cielo y los que con toda la razón del mundo han echado pestes de esta extensión de la tele basura a la literatura. O lo que es lo mismo, este nuevo impulso a la cultura basura. Y digo que historiadores, pensadores y científicos de toda índole se han indignado con el hoy millonario Dan Brown porque este sinvergüenza no sólo se ha permitido jugar con los sentimientos, creencias, anhelos y motivaciones de las personas, sino que además de dotar a su libro de una esforzada apariencia de credibilidad, ha manifestado públicamente, en el propio libro, en una entrevista televisiva en EEUU y en su página Web que todo lo relatado era veraz. Esta pretensión de credibilidad es quizá el pecado más gordo de Brown que a pesar de vivir hoy ahogado entre dólares, tal vez algún día tendrá que hacer mucha penitencia por tanta mentira. Pero lo más evidente de todo es que 2006 años después de Cristo y 3 años después de la publicación del Código de Dan Brown, todo el que quiera sabe quién es el farsante.

Fotografía de Javier de la Rosa