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SIN ESPINAS

El duende del bosque

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura2 min
Opinión28-05-2006

Alejarme de la ciudad y acercarme al campo es cada vez para mí una noticia. En esta ocasión venía a ciegas, sólo en busca de algo de descanso y para permitir que mi mente y mi espíritu se despejaran con los nuevos estímulos visuales, auditivos y olfativos que la naturaleza le ofrece; para que mi piel transpirara libremente sin que mis poros, al abrirse, se encontraran con la misma excrescencia urbana que buscan liberar. Mis bronquios también se ensanchan como pétalos de amapola en este ambiente límpido del Valle de Mena; un paraje del Burgos norteño que linda silencioso con las primeras estribaciones alavesas. Aquí, entre el verde que te envuelve en forma de pino y haya, de helecho y castaño, de nogal y cerezo; los perros de las pedanías le ladran a los jabalís que bajan de noche a jamarse las avellanas. Los sapos y los erizos se “inmolan” en los asfaltos de las carreteras comarcales y las vacas se ponen gordas ante el festín de una hierba siempre fresca e interminable. Aquí, la quilla pedregosa del Monte Ángulo rompe el manto verde que lo cubre hasta el pico como quebraba el mar la proa del Titanic. Aquí, entre Cozuela y Erbi se esconde el duende del bosque para que el cazador no lo mate. Sólo a veces, de noche, hace escuchar su berreo, seco, rasgado y grave como el ladrido del mastín. En dos días no he conseguido verlo; ni a él ni a su cornamenta porque este discípulo de Darwin sabe que su vida vale muy cara. Me marcho del paraje sin otear al corzo ni desde el pico ni desde la fronda de los matorrales. Pero me llevo todo lo demás. La gran compañía de un amigo, las nubes del alba y del atardecer acurrucándose en los lomos del Ángulo antes de que el día claree o se oscurezca. Me llevo el canto del gallo, el berrido de la cabra que le sigue y el concierto de las vacas, provistas de cencerros para indicar su posición al pastor y al cazador. Me llevo el paso por el pequeño “Jardín del Edén” donde los caseros de Casa Cozuela me dan a probar las cerezas antes de que se las robe el tordo negro; las nueces antes de que se las coma el perro y las avellanas antes de que la lluvia las eche a perder. No he visto al duende del bosque ni a su cornamenta pero me llevo la presencia del hombre sabio de naturaleza. Un hombre que aquí disfruta, ajeno al sinsentido urbano, de todo lo que Dios le ofrece. Hombres de esta pedanía de Ángulo llamada Cozuela que todavía no saben lo que es haber salido del Paraíso.

Fotografía de Javier de la Rosa