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SIN CONCESIONES

Mi realidad nacional

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión22-04-2006

La falta de identidad que Ortega y Gasset diagnosticó a los españoles a principios del siglo XX manifestó sus catastróficas consecuencias cuando la Guerra Civil estalló en 1936. Fueron tres años de luchas fraticidas entre dos maneras de pensar, de concebir el país, e incluso, dos formas distintas de vivir. Las dos españas que entonces estuvieron a punto de aniquilarse la una a la otra permanecen latentes en la mente de millones de ciudadanos como las hojas perennes de un árbol que nunca pierde su boscaje. Sin embargo, el subjetivismo dominante en esta era postmoderna y la influencia política y social de los nacionalismos van camino de dividir esas dos españas en diecisiete, dieciocho e incluso veinte realidades nacionales con vocación estatal. Cataluña ha sido la primera comunidad autónoma en autodefinirse a sí misma como una nación dentro de la nación española que, a su vez, incluye al pirenaico Valle de Arán como una “realidad nacional occitana”. Todo un disparate. Lo verdaderamente preocupante es que semejante barbaridad haya supuesto el inicio de una carrera soberanista entre políticos irresponsables. Los dirigentes andaluces quieren definirse como una “realidad nacional”, lo mismo que los gallegos y los vascos. Puestos a competir, el presidente cántabro proclama que “no hay mayor realidad histórica” en España que su propia comunidad autónoma. Lo mismo podría sostener Madrid, capital española desde hace cinco siglos. O Aragón, gran reino del que tradicionalmente dependió Barcelona. O Castilla, cuna de la España vigente sobre la que Isabel II y Fernando VII construyeron un basto imperio. O Canarias, primera parada de Cristóbal Colón antes de descubrir América en 1492. O Asturias, refugio del cristianismo desde el que Don Pelayo inició la Reconquista de la Península Ibérica a los árabes. O La Rioja, sede natal de la lengua española, hablada actualmente por 400 millones de personas en todo el planeta. Y, puestos a reclamar derechos históricos, nadie mejor que Burgos podría reivindicar la presencia hace millones de años del primer español en los montes de Atapuerca. Competir por la historia es absurdo. Más aún en un país como España en el que esta asignatura está menospreciada en las escuelas, cuando no manipulada por intereses políticos, como ocurre escandalosamente en el País Vasco. Pero mayor que absurdo es competir por encontrar diferencias entre unas regiones y otras cuando la tendencia general consiste en demostrar que todos los individuos somos iguales, con independencia de la nacionalidad, la ideología, la religión, el género e incluso la tendencia sexual de cada uno. El siguiente paso será proclamar como realidad nacional a mi barrio, el pueblo de mi mujer, mi comunidad de vecinos, el descansillo de mi escalera, e incluso mi propia casa. Nadie puede negar que sea una realidad nacional si, como aducen los estatutos catalán y andaluz, mi esposa y yo sentimos nuestro hogar como una nación dentro de la nación de naciones que, según Zapatero, es España. Visto así resulta más gracioso que peligroso. Sin embargo, buscar diferencias entre territorios de un mismo país es digno de un suicidio colectivo.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito