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SIN CONCESIONES

Un estatuto muy divertido

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión02-04-2006

No me gusta el Estatuto de Cataluña. Lo digo a riesgo de que me llamen fascista, catalanófobo, nacionalista español, radical, centralista, derechón, insolidario y mil cosas más. Mis razones para criticar el estatuto que ha aprobado el Congreso de los Diputados son de puro sentido común. Por ejemplo, no me gusta un estatuto que proclama el "derecho de la mujer a desarrollar su personalidad". En una afirmación aparentemente feminista como ésta no puede haber mayor machismo oculto. Defender, en pleno siglo XXI, un derecho semejante es ridiculizar al propio sexo femenino. Podrán llamarlo discriminación positiva pero las mujeres tienen problemas mucho mayores hoy en día que las trabas imaginarias que algunos políticos ponen a su personalidad. Tampoco me gusta un estatuto que ensalza el "derecho a disfrutar del paisaje". Hay que pasar muchas horas en un despacho de ciudad para llegar a la conclusión de que los ciudadanos catalanes necesitan que un texto jurídico de la categoría de un estatuto autonómico apele a una afición inviolable para cualquier ser humano que pueda ver. El absurdo de los políticos parece llegar hasta el punto de reivindicar aquello que es irreivindicable. Con este artículo en el estatuto, un ciego podría incluso exigir que el gobierno catalán le devolviese la visión dada su incapacidad para "disfrutar del paisaje". Pero uno de los fragmentos más divertidos del estatuto es aquel que hace referencia al Valle de Arán. Para empezar, este cachito de los Pirineos conocido por albergar la estanción de esquí de Baqueira-Beret es definido como una "realidad nacional occitana" y reconocido por poseer una lengua propia. Sí, sí. En el Valle de Arán no se habla catalán. Por supuesto, menos aún castellano. Según el estatuto, en Arán se habla "el aranés". Es igual que el catalán, mas con un minúsculo acento propio del valle. Esta lengua propia provoca que Cataluña admita la "realidad nacional" aranesa dentro de la "nación" catalana. A su vez, ésta pertenece a la "nación española" que reconoce la Constitución. Y todo esto cuando España pertenece a su vez a la Unión Europea y, por encima de ésta, a la Organización de Naciones Unidas (ONU). No es necesario hablar de las funciones del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, de las nuevas competencias de la Generalitat, del modelo de financiación pactado por PSOE y CiU al margen del resto de las comunidades autónomas, del futuro empleo de la lengua española en esta región o de los derechos históricos autoasumidos. Esa lucha de argumentos jurídicos se la dejo en exclusiva a los políticos. Mi rechazo al estatuto es de puro sentido común. Hay que leerse el estatuto para saber oponerse a él. Aunque tampoco hace falta cuando escuchas a los nacionalistas catalanes hablar de "un gran salto" hacia la independencia. Si es bueno para quienes quieren una Cataluña soberana, por lógica es malo para el resto de España. Zapatero prometió dejar el estatuto limpio como una patena durante el trámite en el Congreso. Hay que aplaudirle porque ha mejorado muchas cosas. El texto aprobado en el Parlamento de Barcelona era inmensamente inconstitucional. Seguramente ahora ya no lo es. Pero eso no significa que automáticamente sea bueno para los ciudadanos. Hay decenas de artículos absurdos e inútiles. Los políticos han conseguido lo que querían pero cuando den la voz a la calle pueden quedar en ridículo. El referéndum ratificará el texto, seguro. Sin embargo, auguro una baja, bajísima participación. Este estatuto se ha hecho de espaldas a los ciudadanos. Así que cuando los políticos les den la palabra, serán ellos los que darán la espalda a los políticos.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito