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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

Detrás del botellón

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión19-03-2006

Llovió el pasado sábado en diversas ciudades. Lluvia que disolvió las sólidas convicciones de los jóvenes madrileños y de otras ciudades que se sumaron a la jornada nacional del botellón. Pero no sólo el sábado. En general, ha llovido mucho desde aquel Brindar con las estrellas en el que quien firma defendió un botellón romántico, cargado tradición y orientado hacia el encuentro amistoso y social en esos corazones abiertos de las ciudades que son las plazas. Nadie podrá acusarme de ignorar que “no todos los botellones son iguales”; sin embargo, toca ahora abordar esta nueva suerte de macrobotellón hecho por rabieta e idolatrando el alcohol. Los fiscales del botellón le acusaron hace años de tres delitos: facilitar el consumo de alcohol a menores, provocar contaminación acústica y llenar las calles de basura y suciedad. Hoy, unas cuantas lluvias después de la prohibición, vemos tanta basura callejera como entonces -aunque mejor repartida-, a los vecinos -es verdad- algo más descansados y un índice de consumo de alcohol en menores que sigue creciendo. Pero vemos algo más. La prohibición ha dado excusas a los rebeldes sin causa y el botellón es más protagonista que nunca en las portadas de los periódicos y los sms de cientos de adolescentes. Ahora hay convocatorias nacionales con la intención de batir records y las fotos de los periódicos muestran imágenes aberrantes -convirtiéndolas en cotidianas- de chicos bebiendo por embudos y tubos de manguera. Las leyes encaminadas a “cubrir los efectos” nunca consiguen otra cosa que taparnos los ojos por un tiempo y llenárnoslos de mierda cuando el parche explota. Siempre fracasan porque están fundamentadas en dos errores de base. El primero, confundir los efectos con la causa. En este caso, pretenden combatir el alcoholismo prohibiendo su consumo, en lugar de preguntarse porqué nuestros jóvenes no encuentran mayor diversión posible que arrebañarse en abrevaderos de alcohol. El segundo error es creer que la ley crea o elimina hábitos, costumbres y modos de ser, cuando lo natural es que sea al revés. Es una sociedad madura la que dicta leyes maduras, y no las leyes maduras las que hacen madurar a la sociedad. Una auténtica preocupación política por los jóvenes debe ser capaz de vencer trasnochados prejuicios ideológicos y atreverse a coger la actual política y darle la vuelta como un calcetín. Debería, primero, legislar para eliminar las causas: convertir a los chicos en protagonistas de sus propias vidas y agentes constructores de su instituto o colego, de su barrio, de su ciudad, de su país. Debería mostrarle al joven que es único, valioso y que todos esperamos de él algo que no puede hacer ningún otro. Esta política juvenil debería, en segundo lugar, encauzar armónicamente las inquietudes, hábitos y propuestas de los jóvenes para que caminen de la mano de su bien personal y social, de su responsabilidad con ellos mismos y con su ciudad, en la línea de propuestas interesantes como La noche más joven, del Ayuntamiento de Madrid. Sólo así el botellón y tantas otras realidades preocupantes pasarán a un segundo plano, como algo sólo problemático en algunos casos o incluso como una excusa más entre jóvenes bien formados para brindar por las estrellas.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach