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SIN ESPINAS

Lo que Milosevic amó

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura3 min
Opinión12-03-2006

“Cuando desespero recuerdo que a lo largo de la historia siempre han triunfado la verdad y el amor. Ha habido tiranos y asesinos, por un momento pueden parecer invencibles, pero al final siempre caen. Tenedlo presente”. Esto es lo que dijo una vez el pacifista Mahatma Gandhi. No soy yo quien puede ni debe juzgar a Slobodan Milosevic, pues la misericordia de Dios es infinita, pero no temo equivocarme al afirmar que este epitafio podría glosar su lápida. Ha muerto una persona que odió y provocó mucho odio. O lo que es lo mismo, que perdió la oportunidad de amar. Con su capacidad pudo haber movido a los serbios a construir un reino de prosperidad, compartido con aquellos otros seres humanos que durante un largo tiempo habían habitado juntos como un pueblo: los eslavos del sur, que es lo que significa Yugoslavia. Sin embargo, bosnios, serbios y croatas sufrieron a dos kamikazes del poder como el croata Franjo Tudjman y el serbio Milosevic que confundieron a Croacia y a Serbia con sus enormes egos. El proyecto de la Gran Serbia nunca fue más que la búsqueda ambiciosa de un deseo de poder personal y de un obseso de la gloria mundana. Milosevic, como otros tantos a lo largo de la historia, sólo tenía un objetivo: aumentar su poder en la tierra. ¿Cuántos de esos tesoros le servirán en la otra vida? Por eso, detrás de todo su hacer estaba acumular territorios y personas que estuvieran bajo su yugo. Así, utilizó todos los medios a su alcance para sembrar la animadversión entre los ciudadanos a los que pudo servir y de los que se sirvió para sus propios fines. Quería su trozo de Bosnia a toda costa y no dudó en proceder a la limpieza étnica para evitar que otro ego Tudjman sin mesura se comiera su parte. Después lo intentó en Kosovo porque la ambición mundana siempre es insaciable y provocó otro genocidio espeluznante. Está de moda decir entre los políticos que la historia juzgará a Milosevic, pero no: el tiempo dirá si bosnios, croatas, serbios, kosovares y macedonios están mejor separados para poder convivir. Milosevic nació en Pozarevac, 80 kilómetros al sur de Belgrado, un área que padecía de sífilis endémica. Fue un niño cuyos padres se divorciaron tras la II Guerra Mundial. Cuando era adolescente vio como su padre se suicidaba. Más tarde, a sus 33 años, lo haría su madre, una maestra fanática del comunismo, y después su tío. Padeció una aguda diabetes (diabetes mellitus) y fue insulinodependiente. La suegra de Milosevic, que estaba relacionada con la guerrilla titoísta, fue asesinada por los comunistas después de la guerra. Con su mujer, profesora de teoría marxista y de materialismo dialéctico en la Universidad de Belgrado, y la ideóloga del ala ultraortodoxa del marxismo serbio, tuvo una relación tensa y hostil. Dicen que ninguno de los dos cónyuges tenía amigos personales. Y de Milosevic se dice que era depresivo y narcisista. No sé si sabremos si se suicidó poco a poco en su celda pero lo que si está visto es que al confundir al pueblo serbio con su ego, llevó a sus ciudadanos a la destrucción. Tal vez no sabremos muchas cosas más de lo que amó y dejó de amar esta persona, por eso no le tiene que juzgar la historia sino Dios, que es el único que lo sabe todo. La palabra de Dios dice: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados» (Lc 6, 37). Por eso al hablar de Milosevic no puedo decir dónde puede estar ahora. Sólo añadiré que como él, al atardecer, vosotros y yo también seremos juzgados en el amor.

Fotografía de Javier de la Rosa