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SER UNIVERSITARIO

Paradojas navideñas

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión25-12-2005

Las dos primeras preguntas que se formula el universitario frente a las realidades que se le presentan son: ¿qué es? Y ¿cuál es su sentido? Así, es bueno preguntarse cada año qué es esto de la Navidad y cuál es su sentido. Sí, cada año, porque estas dos preguntas se adentran en el ámbito del misterio, es decir, que las respuestas que nos demos, aun siendo verdaderas, no hacen sino invitarnos a plantearnos de nuevo, y más radicalmente, la pregunta. Festejar la Navidad es celebrar la entrada de Dios en la historia: su nacimiento en carne moral como hijo de mujer hace aproximadamente 2000 años. ¿Y qué sentido tuvo su venida? La Gloria del Cielo y la Paz para todos los hombres de buena voluntad. Es decir, el perdón y la salvación, la felicidad eterna para todos los hombres que se arrepienten de sus faltas. La primera paradoja de la Navidad de este año es que se celebra y se felicita msivamente sin que muchos sepan por qué o para qué. Los programas televisivos infantiles explican a los niños una Navidad sin Dios; los reyes magos vienen a nuestras casas, pero nunca fueron a adorar a Jesús; las tarjetas navideñas hablan más de nieve que del Nacimiento y los deseos para el 2006 piden bienes materiales o sueños melifluos que nada tienen que ver con el mensaje de ese niño-Dios que nace cada 25 de diciembre. La paradoja de la ignorancia genera muchas otras. El periodo de Adviento, las cuatro semanas previas a la Navidad, “tiempo del espíritu, de silencio y espera austera”, es tiempo de ruido, consumismo, prisas, agobios, peleas absurdas y carreras desenfrenadas hacia lo material. El Dios que vino humildemente y entre los pobres a anunciar otro Reino queda enterrado en los regalos, riquezas y abundancia de este mundo. La Navidad debiera ser el tiempo de los pobres, de los solitarios, de los humildes, de los sencillos, de los pecadores… todos ellos deberían estar alegres, pues para ellos son las Bienaventuranzas. Sin embargo, esta Navidad de ricos, ruido, celebraciones huecas de sentido y ejércitos de almas más solitarias cuantas más personas cenan a su lado, hace infelices a unos y otros. Por eso las naviades son tristes. Menuda contradicción en términos: Navidades tristes. No existe una “Navidad triste” para quien se cree lo que celebra. Hay navidades agridulces, dolorosas, marcadas por recuerdos, sosas, oscuras… pero no “tristes”. La Navidad es siempre gozosa porque celebramos que el mayor de los sufrimientos tiene un sentido redentor y salvador del mundo. Esa es la mejor y más valiosa paradoja de la Navidad: la felicidad está en aceptar las propias miserias. Y eso me responde hoy el Misterio del niño-Dios que nació hace 2000 años. Ahora me toca pensar qué le diré yo a Él en este 2006 que pronto comienza.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach