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ROJO SOBRE GRIS

Sólo los prostíbulos

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura2 min
Opinión12-12-2005

A lo largo de toda mi vida sólo me ha impresionado una vez la policía al actuar cerca de mí, a un palmo de mí y codo a codo. Fue el sábado. He acudido a manifestaciones, y los cuerpos de seguridad han velado, sin intervenir, por la seguridad de las mismas. Al menos en las que yo he estado. No me hubiera sorprendido ni violentado que actuaran en el caso de necesidad, es cierto. He visto a la Policía en los accidentes de tráfico, dirigiéndolo en las ciudades y poco más. Pero el sábado fue distinto, y lo siguiente no pretende ser una desacreditación a los cuerpos de seguridad en el cumplimiento de su misión, sino una llamada de atención a la peligrosa actitud de que el Estado se entrometa impositivamente en la intimidad de los ciudadanos en lugar de optar por la más difícil elección de educar en la libertad y la responsabilidad. Eran las tres de la mañana. Ciertamente puede ser una hora en la que lo propio sea más estar en casa durmiendo que tomando una copa en algún lugar, pero era lo que pacíficamente hacía en compañía de unos amigos en un antiguo café de sillones tapizados y piano desafinado en el barrio de Salamanca. Al ir a pedir la conocida como “retranca”, el camarero nos advirtió de que el local no podía servirla porque el lugar tenía que cerrar, y la policía se aseguraba de que eso era así bajo pena de multa. Recogimos nuestras cosas, y buscamos un nuevo sitio para la última. Si el primer local debía cerrar a las tres, el siguiente cerraba a las tres media. “Se la servimos, pero a las tres y media cerramos. Viene la policía y la cosa está muy mal. Y ya veremos con lo del tabaco. Eso va a ser imposible”. Y así fue. A las tres y media hicieron su aparición los agentes, lista en mano: “Fulanito de tal. Es el responsable de este lugar. Este sitio tenía que estar cerrado ya”. Los clientes apoyábamos: “Llevan desde las tres diciendo que se cierra, que vayamos poniendo punto y final, él no es responsable de nada”. Algunos iban saliendo con la cabeza agachada, escondiendo su rostro. Otros saludando afectuosamente con un temeroso y disculpador “Buenas noches, agente”. Eran las tres y media en punto. Por primera vez en mi vida percibí el miedo a la ley. En Madrid, hasta las tres de la mañana, uno puede beber cuanto quiera y como quiera. Pero para tomar una copa a las tres de la mañana en Madrid, sólo puede elegir entre los prostíbulos -esos sí están abiertos-, o las discotecas en las que uno no podrá entenderse más que con una persona y gritándole al oído. Rojo sobre gris a la libertad que estamos perdiendo.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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