Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

EL REDCUADRO

A Lennon no lo mataron en Madrid

Fotografía

Por Antonio BurgosTiempo de lectura3 min
Opinión11-12-2005

NO habré de ser de quienes presumen de Beatles a estas alturas de curso. Reconozco que más que a Los Beatles, en aquellos entonces aquí escuchábamos en los guateques el «Diana» de Paul Anka, o un poquito de Cinco Latinos, o su mijita de Brincos, ¿no, verdad, José Luis Garci? En todo caso oíamos a unos ciertos Beatles, pero otros: Los Beatles de Cádiz, las primeras melenas que se vieron pasear orgullosamente por la Gran Vía cuando Manolo Caracol los trajo para actuar en Los Canasteros de la calle Barbieri. Pero como mola, viste y maquea presumir ahora de que oíamos a Los Beatles de Liverpool entonces, no habré de ser menos, ¿será por ojana? Venga, «Imagine»: «Imagina que no hay países / Puedes decir que soy un soñador / pero no soy el único / espero que algún día te unas a nosotros / y el mundo vivirá unido». Imaginemos pues. Imagino que no hay países. Imagino que John Lennon vivía en España, con su Yoko Ono de su alma. En Madrid, por ejemplo. Imagino, verbigracia, que habitaba un «loft», como ahora tanto se lleva, en un edificio que daba a un parque. En vez del Central Park, pongamos el Parque del Oeste o el Retiro (sin jeringuillas). El Edificio Dakota puede estar perfectamente en Rosales. Allí vive Lennon, a quien le gusta por las mañanas, después del café bebío, pasearse, vida sana, con su chándal, arrecío. Y una mañana de diciembre de 1980 en que Lennon iba a salir a darse su paseíto por la muralla real, el día 8 concretamente, como era día de la Purísima y libraba el portero, pues estaba esperándolo en el portal desierto un majara con pistola. Un tal Mark David Chapman, que sacó su pistola y, pum, pum, como cuando mataron al gitano Antón en la rumba de Peret: se lo cargó. Hay amores y admiraciones que matan, sobre todo cuando vienen de forofos macandés con una pistola en el bolsillo. A Chapman lo detuvo inmediatamente la Policía española, y siete u ocho mil políticos se pusieron la medalla de su captura. En las Salesas se celebró luego el sonado juicio. Lo defendió con su efectividad de siempre un tal Baena Bocanegra, que le hizo decir al loquito beatlemaníaco ante estrados, sobre su arrebato del 9 corto: «Nada podía detenerme, era como un tren sin frenos. Oí una voz que me decía: «Hazlo, hazlo»». Total, que entre enajenación mental transitoria y Código Penal, a Chapman le salió de condena lo que en estos casos suele: muy poco, casi nada. De la que cumplió lo habitual: menos todavía, unos mesecitos. Chapman quedó al poco tiempo en libertad, y por ahí anda tan campante, tras haber contado lo suyo en catorce platós de pago. Yoko Ono ha tenido varias veces que pasar el amargo trago de encontrarse por la calle al asesino de su marido. Chapman, en el sistema penal y penitencial de España, está libre, mientras que el pobre Lennon sigue recolectando su cosecha anual de dos palmos de jaramagos. Paren ahora el picú de los guateques. Que deje de sonar «Imagine». Dejemos de imaginar. Empecemos a envidiar. A Lennon no lo mataron en Madrid, sino en Nueva York. Yo fui un día a hacer el cateto visitando el sitio, el edificio Dakota, que es así de ladrillo visto, historicista, como un internado de los Salesianos o una universidad de los Jesuitas. A Chapman lo juzgaron en Estados Unidos. Y lo condenaron a cadena perpetua. Y todavía está en la cárcel. No existe la menor posibilidad de que Yoko Ono se encuentre por la calle con el asesino de su marido, tal como aquí en España los hijos de los asesinados por la ETA se tienen que cruzar con quien le descerrajó un tiro en la nuca a su padre, o como los que han hecho una muerte vuelven luego a pasar a cuchillo a una familia entera de joyeros. Qué cosas sueña uno para España cuando suena el «Imagine» de John Lennon...

Fotografía de Antonio Burgos

Antonio Burgos

Columnista del diario ABC

Andaluz, sevillano y del Betis

** Este artículo está publicado en el periódico ABC y posteriormente recogido de AntonioBurgos.com por gentileza del autor