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ANÁLISIS DE DEPORTES

De central a entrenador, siempre caballero

Fotografía

Por Roberto J. MadrigalTiempo de lectura2 min
Deportes27-11-2005

Como un español más desde 1995 –nada que ver con aquellas nacionalizaciones exprés para mejorar los resultados deportivos–, después de haberse criado en la disciplinada escuela soviética, Talant Dujshebaev sigue devolviendo el aprecio que encontró en España y, después de hacerlo como jugador, ha empezado a hacerlo como técnico. No es fácil pasar a los banquillos después de haber sido mejor jugador del mundo en 1994 y 1996, después de ser el segundo mejor jugador del siglo XX, tan sólo superado por el sueco Magnus Wislander. Tampoco es nada sencillo pasar la receta para encontrar los resultados jugando a hacerlo con la tensión del banquillo, por más que se tenga la suerte de entrenar a jugadores con los que se ha compartido vestuario. La Supercopa de Europa ha supuesto, más bien, la irrupción en el panorama español, también el europeo, de un perfil de entrenador distinto del que representan expertos como Manolo Cadenas y Zupo Equisoain, distinto también de la innovación que pretende Xesco Espar. La visión de juego de un gran central aplicada al banquillo. Pero más allá de sus éxitos como jugador, o de los que pueda conseguir entrenando al equipo que tiene, posiblemente, a los mejores del mundo, una conversación con Talant Dujshebaev descubre a un viejo guerrero que cree en esa virtud en desuso que es honor. Aunque también tenga un poco de estrategia al decirlo, porque tanto la liga Asobal como la Copa de Europa se le escaparon la temporada anterior, no abundan quienes piensan que los campeones merecen todo el respeto hasta que no pierdan su corona. Pero Dujshebaev no se ha ganado a la gente de Ciudad Real por triunfar en la Supercopa. Al contrario: muchos se alegran de que le llegue el éxito porque –como cualquier novato– sus primeros partidos no fueron fáciles. Pero desde su etapa como jugador, ha demostrado una corrección y una nobleza intachables. De hecho, aunque posiblemente el cuerpo le pidiese celebrar por todo lo alto su primer título como entrenador, aguardó con flema unos metros más allá de los que fueron sus compañeros hasta hace unos meses. Tan sólo se le escapó durante un rato una sonrisa radiante que apreciaron sus ayudantes, porque después fue necesario llamarlo para que acudiera a la foto –la típica pose de todo el equipo con el trofeo– que acreditaba a los campeones.

Fotografía de Roberto J. Madrigal