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ROJO SOBRE GRIS

Para brotar

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura2 min
Opinión25-07-2005

El espíritu tiene su particular forma de vida. A veces está exaltado y curvo; a veces, tranquilo y liso. Se hace silencio de repente y por más cosas que sucedan alrededor, terribles o fabulosas, se mantiene como insensible, como si nada pasara. Ni bomba, ni incendio, ni dolor ni alegría le levantan de un horrible letargo de cuyo término poco sabe la conciencia. El espíritu tiene, quizá, su particular forma de decir lo que necesita, como el propio cuerpo hace también. Ambos forman una unidad inseparable que es el hombre, espíritu encarnado, y en ocasiones necesita descansar, volver sobre sí mismo, interiorizar y digerir las muchas experiencias para que no sean como la semilla que cae entre zarzas o en tierra seca. El curso escolar comienza entre septiembre y octubre. Es así porque, en su origen, los jóvenes que acudían a la Universidad, allá por el medievo, en busca de los maestros que tenían las respuestas a las grandes preguntas –quién soy, de dónde vengo, a dónde voy, qué diablos hago aquí- empleaban los meses del verano para recorrer los caminos de vuelta al hogar, y para andarlos de nuevo de vuelta a la Universidad, templo del saber. Los inviernos duros y las inclemencias del tiempo hacían intransitables y peligrosos los caminos, pero las temperaturas más agradables y cálidas del verano facilitaban los traslados. Era el tiempo de rumiar lo aprendido de vuelta a casa, de compartirlo después con la familia y la comunidad. Era el tiempo destinado a descansar el cuerpo y el espíritu para emprender de nuevo el camino del reencuentro con los compañeros y maestros. Era el tiempo para hacer germinar la semilla sembrada, para preparar de nuevo la tierra y para volver a empezar. Son las vacaciones un tiempo para la interioridad, un momento para compartir, para aterrizar en el regazo de la familia y concederle al espíritu un regalo de descanso. No es tiempo de huir y evadirse, sino tiempo de encuentro y reencuentro, de volver a uno mismo desde las raíces: quién soy, de dónde vengo, a dónde voy, qué diablos hago aquí. Es el tiempo en el que la semilla, en el oscuro interior de la tierra, se transforma en algo nuevo y se prepara para brotar, más fuerte que nunca. En los tiempos que corren, la interioridad es una responsabilidad. Rojo sobre gris para las vacaciones bien vividas.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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