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SIN ESPINAS

¬Choripan¬

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura2 min
Opinión24-07-2005

Caminábamos con el sol de verano por el paseo marítimo. Entonces llegamos a la estatua del “caballo del culo limpio” y giramos a la izquierda para adentrarnos en las casas blancas y las plazas remozadas con flores en aquel casco antiguo. Las calles estrechas nos ofrecían una sombra providencial. Luego, nos separamos por culpa de una coyuntura tecnológica -el restaurante no admitía tarjetas y había que buscar un cajero en el quinto pimiento-. Ambos sufrimos nuestra ausencia por un buen rato. Pero, después, tanto viaje mereció la pena, por la buena compañía y por la rica comida, como la patata asada de la noche anterior. Un tubérculo de casi medio kilo asado al carbón y relleno de tomate, atún, maíz, zanahoria y queso -aderezado con su sal y su pimienta-. Allí, juntos, sentados en la playa, disfrutábamos del reflejo de la luna llena sobre el mar, con la patata caliente en las manos y las cucharillas de plástico en la boca una vez y otra también. Al día siguiente, el vendedor de la patata nos salió al encuentro en el parque de “las palmeras quemadas”. “Anoche la patata, pero hoy no podéis pasar sin probar el choripan”, nos dijo con la seguridad de un vendedor argentino, por vendedor y por argentino. Le puso su aderezo de perejil y ajo, pasó el chorizo y el pan por la plancha y la boca hizo su agua para que entrara con gusto. Como con gusto entraron la media docena de sardinas al espeto que el pescador cocinó con arte en una barca llena de arena, su peculiar parrilla de playa. Aquel olor a fuego y a mar saben a felicidad… Llevo un tiempo intentando trasladar en mis comentarios la necesidad de disociar entre nuestro mundo personal y la visión mediatizada de nuestra existencia que nos ofrecen los programadores de la caja tonta y sus amigos de la radio y la prensa. Es decir, ni mi vida ni la de la humanidad es lo que nos dibujan, aunque eso que sale en las portadas también sea real y exista. Haber perdido la capacidad de diferenciar estas dos realidades lleva al hombre a una alienación intelectual y existencial sin precedentes que, en muchos casos, deriva en un tipo de esquizofrenia paranoide. No sólo entre el famoseo del tomate y sus compinches sino, por supuesto, entre nosotros los periodistas. ¡Atento! Mi vida y la tuya son otra cosa. Otro asunto más importante y mucho más serio, más esperanzador y más divertido y, sobre todo, más trascendente tanto en los momentos difíciles como en los acontecimientos sencillos que nutren nuestra felicidad diaria. No son grandes titulares ni imágenes espectaculares, pero nos hacen la vida mejor.

Fotografía de Javier de la Rosa