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SIN CONCESIONES

Una solución, muchos problemas

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión10-07-2005

España tiene un sistema electoral de lo más perverso. No sólo impide en ocasiones que gobierne el más votado, sino que prima a las minorías sobre la mayoría. El gran damnificado de la Ley Electoral es Gaspar Llamazares. Véase un ejemplo: el líder de Izquierda Unida cosechó dos escaños menos que el PNV en las generales de 2004 pese a conseguir el triple de votos en toda España. Sorprendente pero cierto. Esta ley prominorías es también la que convierte en estrellas de la política nacional a señores esperpénticos como Ibarretxe, Carod-Rovira, Beiras y Arzalluz. Con la décima parte de apoyo social que el Partido Socialista o el Partido Popular, llegan a condicionar el proyecto y las ideas de quien -como Zapatero- preside el Gobierno con el respaldo de casi once millones de sufragios. Tan injusto como cierto. Este perverso sistema electoral beneficia a los partidos nacionalistas en el Congreso de los Diputados. También permite que las minorías conformen una mayoría de gobierno en detrimento de una mayoría minoritaria. Así ha ocurrido en Galicia. Fraga ganó las elecciones con 37 escaños pero van a dirigir la Xunta quienes perdieron los comicios con 25 y 13 parlamentarios. Zapatero no cabe en sí de gozo y alegría. No sólo ha echado del poder a un líder histórico como Manuel Fraga, sino que además ha arrebatado otro gobierno autonómico al Partido Popular. Galicia decanta la balanza en favor del PSOE, que pinta de rojo ocho comunidades frente a las siete azules que ostenta Rajoy. Zapatero gana aparentemente el mapa político de España. Sin embargo, debe semejante éxito a personajes no menos esperpénticos como Bargalló, Revilla o Quintana. El PSOE gobierna en Cataluña, Cantabria y -en breve- Galicia pese a perder los últimos comicios en las tres comunidades. Los pactos postelectorales son los que le han permitido desbancar tanto a CiU como PP. Hace dos años, el PSOE llegó a ceder la Presidencia de Cantabria a un partido regionalista con nueve escaños con tal de echar del poder al PP. Tan escandaloso como cierto. El caso de Galicia resulta menos llamativo y más esperado. La Xunta necesitaba un cambio. Ningún presidente del Gobierno ni de ninguna institución electa merece permanecer en el cargo 16 años. Tampoco Fraga. La alternancia y la renovación son dos condiciones necesarias e imprescindibles en cualquier régimen democrático. Sin embargo, el cambio nunca debería tener un precio político. Touriño no puede llegar a la Xunta a cambio de un estatuto independentista, de una vicepresidencia y una deuda tan caprichosa como inventada. El futuro de los gallegos y del resto de los españoles debe prevalecer sobre los intereses personales y políticos de cualquier partido. Sea el PSOE o el PP. Zapatero mira a Galicia como una oportunidad de extender su liderazgo y prolongar su estancia en La Moncloa. Pero puede convertirse en una fuente de problemas para el presidente del Gobierno. Como el Bloque Nacionalista Galego adopte las mismas ansias reivindicativas de Esquerra Republicana en Cataluña, Zapatero y el resto de España están perdidos. Las ventajas del sistema electoral pueden volvérsele en contra al campeón del talante y del diálogo.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito