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SIN CONCESIONES

El día más triste

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura4 min
Opinión06-03-2005

Todavía recuerdo con nitidez aquella mañana. Jueves, 11 de marzo de 2004. Penúltimo día de campaña electoral. Despertamos a las siete de la mañana en Barcelona. El sol coloreaba suavemente el cielo de celeste. San Sebastián y Sevilla eran nuestro destino pero nunca llegamos allí. Camino del aeropuerto recibimos una llamada telefónica que nos advirtió de lo ocurrido. Ni siquiera eran las ocho de la mañana. En ese momento, supimos que la campaña electoral había terminado. Había que regresar a Madrid. Y así fue. Durante el vuelo, el comandante nos informaba cada diez minutos de las malas noticias. Curioso. Llevaba a más de 50 periodistas en el avión y ninguno sabíamos realmente lo que estaba pasando. La incertidumbre y el miedo se apoderaron de nosotros. Algunos no parábamos de rezar para que el número de víctimas parase. Primero, quince. Luego, veinte. Más tarde, cuarenta. Antes de aterrizar ya superaban la centena. Unos y otros nos mirábamos a la cara sin vernos. Los ojos estaban clavados muy lejos de allí. Ya en Madrid, Barajas respiraba silencio. La ciudad estaba dormida en una pesadilla de la que no podía despertar. Entonces, sentí otra vez el miedo. Y por la tarde, en el Metro, apenas había gente. El único viajero era el pánico. Aquella mañana de infamia nos volcamos con nuestra compañera Yolanda. Rompió a llorar al poco de bajarnos del autobús en el Prat. Todos temimos lo peor. Yolanda era la más afectada porque cada día cogía el tren de Cercanías para ir a trabajar a Radio Nacional. Aquella mañana se había salvado pero su corazón estaba en El Pozo, en Santa Eugenia y en Atocha con los cientos de afectados. Un tío suyo sí subió al tren sobre las siete y media de la mañana. Nadie lograba localizarle. El teléfono móvil no funcionaba. La angustia y las lágrimas cubrieron aquella mañana la perenne sonrisa de Yolanda. No sé cómo, pero su tío apareció horas después. Sano y a salvo. Pero el río de tristeza siguió manando durante días por el rostro de nuestra amiga. Aquella mañana mi corazón también se detuvo al saber que una de mis alumnas de Periodismo estaba afectada. Su nombre en el listado oficial de víctimas confirmó la tragedia. También imaginé lo peor. Nadie respondía en su casa. Nadie sabía nada de ella. Pensaba en la habitual alegría de Ana, en su timidez, en la mala fortuna. Por fin supe que estaba bien. La onda expansiva le rompió una costilla e hirió gran parte de la cara. Sin embargo, la masacre del 11-M no ha borrado su sonrisa juvenil. El rostro de Ana emana felicidad. Superó la rehabilitación y acabó el curso con buenos resultados. Ana respondió al azote del terrorismo y nos dio una lección a los que entonces éramos sus maestros. Aquella mañana de marzo hubo cientos de personas con peor suerte que Ana y Yolanda. No hay una explicación para el corazón doliente de las víctimas. No hay medicina para paliar los daños psicológicos. No hay palabras para transmitirles amparo. España entera reaccionó aquella mañana con unidad y solidaridad. Al día siguiente, la sociedad quedó fracturada. Todavía hay signos de división en las asociaciones de víctimas, en la comisión parlamentaria de investigación, en la obtención de conclusiones de la tragedia, en el modo de conmemorar el aniversario. Miles de dudas permanecen abiertas sin respuesta cuando la mañana del 11 de marzo resurge otra vez en el calendario. Muchos desearíamos despertar en Barcelona como si todo hubiera sido una pesadilla de la que es posible despertar. Desearíamos reiniciar un año en paz. Por eso, este nuevo 11 de marzo escuchamos con respeto las campanas de todas las iglesias de España. Esta nueva mañana guardamos minutos de silencio por los muertos de aquella otra mañana. Este nuevo marzo soñamos con un futuro donde nuestros hijos convivan sin odios. Esta nueva mañana de marzo rezamos por el descanso de las víctimas y el consuelo de sus familias. Quiero pensar que los rezos en el avión del otro 11-M sirvieron para algo. Quiero creer que al menos sirvieron para que Yolanda y Ana superaran aquella mañana que sigo recordando con amarga nitidez.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito