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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

La ‘gracia’ de la Navidad

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión26-12-2004

Dicen los filósofos que existe una categoría estética llamada gracia. La gracia consiste en lograr gran expresividad con medios más bien escasos. La gracia se da, por ejemplo, cuando un bailarín es capaz de usar su pesado cuerpo para expresar el grácil aleteo del espíritu, o cuando un barrio pequeño y pobre llena de alegría sus calles utilizando materiales sencillos ordenados con cierta coherencia y buen gusto. Ese contraste entre la economía de medios y la clara expresión es lo que engendra la “gracia”. Al descubrirla, nuestro espíritu vibra con una alegría sencilla, llena, cordial. Siempre es reconfortante encontrar belleza y armonía en lo más sencillo y humilde. La gracia de la Navidad siempre ha estado, entre otras muchas cosas, en su gracia. Es decir: en la cantidad de belleza, amor, expresividad, alegría, emociones y encuentros que nos proporcionaba, a pesar de que hubiera pocos medios para producirlas. Los villancicos nacían del golpe de mano en la mesa y del frotar del cuchillo sobre la botella de anís; los regalos eran artesanía familiar, de mucho amor y bajo coste; las familias se reunían sin invitación personal ni menús de boda. La gracia de la Navidad era que con los mismos o menos medios y tiempo que durante el resto del año, las muestras de afecto, la generosidad, los guiños sencillos, el buen humor, el compartir y el disfrutar de lo sencillo eran mucho más abundantes. La gracia de la Navidad siempre fue hacer milagroso lo más ordinario. La Navidad de El Corte Inglés, los millones de luces, las innumerables y copiosas cenas de compromiso, los regalos estándar a golpe de talón, los viajes y las prolongadísimas salidas de copas... es un burdo remedo. Toda la maquinaria capitalista, con todos los medios materiales del mundo, es incapaz de imitar la gracia de un Dios-bebé; siquiera la de un buen bailarín. La Navidad que nos venden es lo contrario de la gracia: demasiados medios para un efecto menor, un bienestar que llena el estómago y adormece al espíritu. Por eso sus efectos son también los contrarios: depresión, tristeza, pesadez de ánimo, confusión, complicaciones huecas, estridencias. La Navidad, hace 2000 años, consistió en que Dios se hizo óvulo fecundado y embrión para nacer, perseguido por Herodes, en un frío establo del pueblo más miserable y olvidado del Imperio Romano. Quizá por ahí, en repensar qué quiso decir aquello, esté la alegría perdida -y no en meditar sobre las melifluas películas estrenadas por estas fechas-. Como reza la Tarjeta navideña que recibo de un buen amigo: “El día en que la tierra fue santificada como un hogar, se llamó Navidad”.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach